viernes, 9 de diciembre de 2011

Cuando dice no, es no. Y si no quiere salir ahí se queda, agazapada tras la manta y oyendo la llama naranja cantar en la hoguera. Vomitando a destajo alientos hirviendo sobre los charcos de sus manos heladas. Una guitarra suena en el fondo de su cigarro, que le sorbe los do y los fa, que, con furia, golpea las notas del piano de madera. En la otra mano, apuntando hacia el suelo de su boca, un ramillete de flores amarillas, y en el gatillo, su dedo crispado. Besando la botella, como nunca había besado a nadie, como nunca había amado unos labios, deja sus huellas de carmín en la entrada a los cielos. En la puerta del infierno.
Se disfraza de poeta envejecido, con voz rota y letra torcida, y perfila el rostro de una noche que le cruza por la mirada. Le hace sombra con el candil que se apaga en segunda, después de tomar la curva en quinta. Nunca ha escrito nada que mereciese la pena, ni siquiera sus penas eran dignas de ser cantadas, ni siquiera pensaba que lo fueran.
Se daba a las drogas. Por aquello de lo bohemio y de los colorines. Y así iba dejando caer alguna letra, las lanzaba al vuelo desde la ventana, en las servilletas de los bares, bailando en las aceras con la lluvia. En la mano de una chica guapa que le guiñaba el ojo.
Y así, pensaba que nada de lo que escribía merecía la pena, ni siquiera sus penas eran dignas de ser cantadas, ni siquiera pensaba que lo fuesen, pero aquello siempre le había hecho volar. Y lo cierto es que no levantaba los pies del suelo. Pero ya no estaba aquí, estaba drogándose para escribir, o escribiendo para drogarse.














enc.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Eras el cielo.
Diciembre. Y sus noches.
Conversar con versos.
La sombra de las nubes.
Aún no puedo escuchar a Nacho.
Quizás de corazones
iba la película
que nos miraba.
El sinsentido que reina
tras mi ventana
me dijo poesía.
Poesía de abrazos cruzados.
Morir o matar.
He jurado que volvería.
Pero ni cómo ni cuándo.
Eres la tierra.
Y he vuelto.
Al amor de garrafón.
Al cine de los 80.
A tu mueca y tu hoyuelo.
Perdóname.
Nunca supe querer.
Querer querer.
Deja que me clave al barro.
Ser huella.
Ser tierra.
Volar en charcos,
soltar amarras
y no despegar.
Mi cielo.
Y mi tierra.














enc.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Q triste es que si no hay dolor no haya poesía.
Podría ponerme a debatir acerca de esta realidad, maldiciendo los retortijones y los achaques de los ataques, vomitando a los cuatro vientos gritos maheridos. Podría llorar sobre el papel y poner a secar las venas mojadas, aunque es cuando gotean cuando valen para algo más que para hacerme caminar. Podría encerrar los ojos en mis manos y dejarme llevar a un mar de más allá, más perdido que las luces de las calles de madrugada, cuando nadie las ve.
Pero no hoy. Hoy no habrá más oro o gloria, hoy solo serán sombras.
Te sentarás a mi lado a esperar, viéndolas venir al trasluz de la ventana, oyendo el picaporte en el corazón. Resuena la mañana y aún es medianoche, esperando a que todo acabe bien. Bucólico, onírico e ideal.
Y si no, siempre nos quedará la poesía en andamios de quebrantos y penas encubiertas.
¿Qué es lo que puede ofrecerte un salteador de caminos perdidos? Un costurero en los hilos, que han enredado mi vida...














enc.

jueves, 27 de octubre de 2011

Me salpica la cabeza de alfileres incadescentes entre las sienes. Pero me digo vamos allá, que te mueres por hacerlo y lo sabes. Y me respondo antes de que me cambie la pregunta, no vaya a ser que vuelva la duda a traicionar esos principios tan secundarios.
Sabrás que me encanta el olor a frío en los pañuelos, esos que vuelan al otoño como saludando a la lluvia que se enrosca en los pasos de los cruces de calles. Los coches pitando, el sabor a tabaco en las manos y los ojos guiñados de verte en azul. O en blanco. Los colores de diciembre.
Recordarás los parques y los bancos, las maderas y los ticket del cine. Las poesías en los bares con nubes de calefacción que aguardaban el vaho del vaso. O no. Quizás no lo recordarás. No lo recuerdes.
A veces me olvido de escribir. Tanta necesidad. Tanto iluso que dice que si no respiras no vives. Mentira. Si no escribes no vives. Y parece que no escribo. Y es que no vivo. Por eso pensarás que he dejado de latir. Y eso no es así. Nunca es así.
Me mudo como las hojas que planean de lado a lado. Yo tampoco busco porque no quiero encontrar. Quiero ser el polvo que se levanta de madrugada y que te golpea en la ventana, aquel cierzo que te eriza la piel y te arrastra lejos de esta ciudad, a un Madrid gris o a un París de luces. Qué bucólico y onírico. Qué hermosa mentira. Qué puta la vida.
No lo has soñado en todo este tiempo. Yo sueño por dos, por si se nos acaba el vino y de pronto quieres brindar por el ayer. O por el mañana. Yo sueño por dos.
¿Quién dijo que segundas partes no eran buenas?














enc.

lunes, 10 de octubre de 2011

Lo más complicado de todo siempre es el inicio. Invoca a los aedos a ver si ellos consiguen algo más que volver al olvido. Dos balas en la retina de tu boca, en la recámara de aquella mentira que sabía a ruido y olía a tequila. Apareces de pronto detrás de la puerta medio abierta y sonríes y disparas. Así. Como si lo más fácil fuese volver al principio. En este tablero donde me quedo sin cartas y sin rey, As de corazones, devuélveme la carcasa. Quiero volver a ser ese corazón coraza.
Soy leve y floto, producto de este roto que me mueve y te conmueve, que me mece de madrugada para que no te oigan las lunas ahogadas. Ahora bebo con ellas y les digo tu nombre, a veces me callo y miro al hombre que gira la cabeza para no gritar sus penas. Atrévete a decirme que tú no lloras. Dime su nombre, que lo tatúe en la piel negra que calcina encima de la costra. Es la hora de la droga. Salta al vacío del vaso que vuelcas viendo las caracolas de humo trepar por la luz de la farola: a oscuras hasta las olas de la locura parecen caminar solas.
Este es el momento de girar a gran velocidad con los brazos abiertos. Vamos a volar por encima del resto. Entre las letras nuestro templo y más allá el tiempo que nos dice que no están muertas. Las alas que posas en el vértice del sentimiento pero te miento: no quiero el lamento arrodillado que me pida que vuelva. No vamos a volver. Aquí arriba se está demasiado bien.














enc.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Allá al norte, donde las nieves y los fríos, más allá de aquel diciembre en las calles de Berlín y en los puentes de Praga. Allá donde se pierden las tardes de café y cerveza fría por las noches, las terrazas de humo y risas a cuestas con dos libros. Más allá de todo el cine y de todo parque de madrugada, de los fotogramas e instantáneas de un nos vemos y un abrazo. Quedamos a las cinco y llego tarde.
Pregúntame cómo me va. Qué tal el otoño por aquí. Cómo caen las hojas en el paseo, cómo empieza la luz a jugar con nosotros. Si hemos cambiado. Si te echamos de menos. Si pensamos en ti. Si nos equivocamos al marcar tu número.
Dime si he conocido a alguien, que tú siempre has leído más y mejor que yo. Dime que estoy haciendo el idiota y que eso no está bien, o que no pasa nada, que aquí estoy yo. Dilata el tiempo en un último Fortuna quemándonos los labios, en una última risa y en un nos vemos pronto. Pero qué más da.
Volveremos. Más viejos y más cansados, más corroídos y con más brillo en los ojos. Como a aquellos veranos con música de fondo, alguna ciudad maldita que nos ve hacernos fotos. A aquel bar homérico.
A donde quiera que llegues. La luz de la noche es la misma en todos los cielos.

W.













enc.

martes, 13 de septiembre de 2011

Vuelvo a mirar atrás y me revuelca por el suelo una arcada de deseo incandescente, de ganas de salir y gritar que me importa una puta mierda. Pero caigo en ese pozo sin fondo y oscuro, obsceno y giratorio que me marea y me arranca la cabeza. Maldita droga de aire que encharca mis pulmones de tu aliento.
Me dicen por la calle que el mar ya no folla con mi luna, que mi maldita musa duerme entre el polvo de mis huesos. Ironía hiriente y mucha euforia entre los capilares de mis dedos. Búscame en el fondo de la botella, en los bares donde mueren las penas y donde sonríen los desalmados. Este no es mi mundo y nunca lo ha sido. Tú, poeta de heroína y héroe de mis cigarrillos de madrugada, pintas con un cuchillo en mi piel la poesía que no quiere salir por mis ojos.
Dime que no cuando mires hacia abajo, avergonzado de lo que soy y de lo que nunca seré. Idealízame, que no haré de tu rezo mi renglón. Alza los brazos y busca ese beso que sabe a Bukowski, a la Niebla de Unamuno y al dulzor de Benedetti. Y después de creer en ese credo vestido de noche, en esa mano recorriendo tu espalda y erizando hasta el verbo de lo nunca escrito, que entonces la aplastante realidad te chafe contra la pared y te muerda el cuello hasta desangrar tu negra poesía. El desnudo de la piel es la palabra tibia y los ojos color oscuro.
Tú sabes que amas toda la literatura de detrás de mi oreja y los fotogramas que me inyecto en vena en la hora bruja. Yo amo el olor a quemarropa que desprende el caos que provocas.
Somos dos mendigos del alba. La diferencia es que mi madrugada siempre llega antes que la caída de tu sol.














enc.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Casi no moría por volver y reventar en la espuma de las olas que aún resuenan como un eco maldito. Tanto tiempo trabando y buscando algo que sacar para saciar la sed y mírame, masturbando una vez tras otra esa vena de mierda, infiel mujer que aparece y desaparece, que se oxida y dora con el hierro de mi sangre. Pero el ruido no para y crece y crece y crece y va a ser la hora. La prisa, la ansiedad y los focos de luz cegando hasta el dolor. La agonía de no ver los dedos crispados y las uñas comidas de deseo.
Leve septiembre. Flota. Insoportable droga del principio y el fin, mira el abismo y di que tú tampoco tienes miedo. Qué tenue se desdibuja mientras corto. Mientras cierro porque llego tarde. Como siempre, detrás de algo, cuando no de alguien. Vámonos.
Tomemos las uvas de un diciembre en septiembre.














enc.

viernes, 15 de julio de 2011

No me gusta nada de tu sabor. Te crees que tienes que volver. Que tienes, que debes, que has de volver. Y la presión te asusta y te cohibe, te empequeñece y te golpea. Pero tú dices que no, y eso es porque no. Siempre lo tienes todo tan claro. Bah. Me repudia tu seguridad de alambres, tu cenicienta tez pálida que sonríe con soberbia. Te miro en el espejo y pienso que menuda cara llevas hoy.
Ya no eres las que eras. Y dices "oh" entre los dientes, como si te sorprendiera, como si no supieses que esa colilla que aún humea fue la última en besar tus labios. Te mientes entre risas histéricas. Pásame el vaso. Lleno de algo que queme. Lo intentas ahogar una y otra vez, una y otra vez. Hola, soy yo. La mirada del espejo que bucea en un culo de aguardiente. Hola, soy yo. Aquel que te visita cada noche antes de cerrar los ojos.
Ríete conmigo pero ríete de mí. Así, a oscuras, que empiezo a diluir tus ojos. No vuelvas. Sólo por las mañanas, tras empaparme las pestañas de agua. No vuelvas. Sólo por la tarde, cuando piense en pasear colgada de tu brazo.
Te golpeó la sorpresa. Así, de refilón. Que eramos tres. Nunca lo contemplaste. Dos manos, dos ojos, dos corazones. Tú, yo y el espejo.
Yo no era yo cuando tú eras tú. Conmigo. Yo era el reflejo infiel, la idea trastocada, la realidad caótica, la locura cuerda, la levedad pesada. Te enamoraste del fino cristal de bohemia que silbaba en tus canciones. En la lámina del mar y sus besos de luna. En la plata de bordes oxidados.
Y eso sólo si te enamoraste. Qué vana mañana la de hoy. Yo nunca me enamoré. Te crees, me creo, nos creemos la flor de amapola y la semilla en la tierra. Y nadie te quiso. Nadie te quiso. Nadie.
Te quiso.
El espejo. La mirada inquisitiva. O inquisidora. Tres tristes. Somos los tres vértices de un círculo. Los tres puntos cardinales. Las tres esquinas del cruce de caminos. Las tres fases lunares. Los tres tristes que no supieron ser dos.
Qué ojos más bonitos se te ven. Claro. No son los míos. Los míos nadan en el platino del agua.














enc.

sábado, 25 de junio de 2011

Tan repleto el firmamento de mis manos que se alzan para coger todos los puntos de luz. Una autopista de sesenta minutos por hora en un carril lento. Son farolas que se desdibujan, hilos brillantes que veo desde el cristal opaco de mi realidad. Mi única y puta realidad.
Pero me acaricias y ronroneas a las doce de la mañana, me despiertas con los ojos cerrados y sonríes. Ayer jugamos con las estrellas fugaces. Fumamos tantas palabras... bebemos el humo de aquella canción, de aquel brindis con cerveza caliente.
Primer deseo: un deseo. Me preparo y salto. Tú ya ibas por delante. Rozabas el suelo, volabas a ras. Segundo deseo y pum. Disparo dentro. Aquel silencio de tu voz que guardaba el destello del parpadeo. La tercera tuya. La cuarta mía. O viceversa. Vuelve a tirar. Este es el juego de nunca acabar. Mira si hay cielos que buscar y estelas que seguir. Y nuestra única realidad. Puta realidad.
Pero a mí me gusta. Que le jodan al resto.
Ayer era mi cielo y tu cielo. Y nuestras cuatro estrellas fugaces.













enc.

miércoles, 8 de junio de 2011

Iba a escribir. Pero ha sonado una canción. Y la punzada se ha esfumado con la tormenta pasajera que me caló hasta la luz del sol de pasado mañana. Así que aquí estoy, viéndolas venir como quien ve pasar los trenes, uno tras otro, mientras descarrilla el reloj de la estación.
Avísame mañana. Quizás tenga poesía goteante por las tuberías oxidadas. O no. Pero aquí estaré, escuchando tu canción...














enc.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Tengo pánico a las noches y a sus ruidos afilados. ¿Dónde está la magia del silencio y la cuna que se mece a oscuras? A veces me quiero preguntar pero acabo por gritar. Otras quiero volver atrás, a la pluma de antes, pero me siento un intruso en mi pasado. Si ya no es mío, ¿por qué las flechas me abrasan el costado? En llamas intento gritar que me quemo, pero la voz rota suena a cristales por el suelo, y es que aún veo tu estela salir por mi puerta, detrás de una melodía que resuena en mi cabeza.
Entonces apareces más brillante que nunca en una maldita noche de ruidos ácidos. Ya no somos amantes porque amamos de lejos, y eso no se puede. Amar de cerca y doler de cerca, cercar el amor para que duela. Y luego bailar pegados con la música apagada, al trasluz de una balada con voz de mujer. Con voz afilada. Y ácida. Como los ruidos de la noche. Como los gatos pardos que se vuelven azabache.
Sin musa sin alas y sin vos sin voz. Espero que escribas cada segundo; aquí matamos por enlazar vocal con latido. Consiento que te lleves hasta el aire, pero no la palabra.
Si vuelves, traeme el silencio de la noche, todas las estrellas que te llevaste, las notas del piano y la musa maldita. La asesina. La que me clava alfileres para gotear sangre en los papeles de mi escritorio.














enc.

domingo, 8 de mayo de 2011

Rebosa. Pum. Explosión o expansión. Bomba nuclear. Tras de mí una escena y diez mil. O algo así. Cervezas. Velocidad. Bam. Cierra los ojos, ponte la venda, arranca el motor. A cien por hora y en camino de tierra. Verde, verde y el aire. Y vos allá y acá y adentro y afuera. Delante y detrás. Y mira que he pensado en escribir. En escribirte. En escribiros. Y mira que soy idiota, cruel e insensible y se me va el ocho y sólo queda el uno. Y el nueve. Vos sos el eseose en morse que nadie oye y tú escuchas. Tú, en plural. Y mira a ver si hay días y horas que llenar y qué poco ocupa la dicha y la sonrisa. Qué milésimas en una autopista de rayas blancas discontinuas, como música parpadeante que apenas ves y apenas te dejan ver. Que apenas ves las penas. Y revienta de risas como de aire caliente el globo rojo. Vos decís que os ibais a marchar. Vos sos más iluso que yo. Y eso ya es decir. Puedo saber que sin vosotros duele más. Y basta de palabrerío que no son horas y es hora de cerrar. O no. Que nos vemos mañana allá, donde siempre, a la hora de siempre, como siempre, donde nada cambia. Acá. Que dices que se llama, ¿cómo?, ¿feliciqué?














enc.

viernes, 22 de abril de 2011

Mi nombre es M.

Vivo en una ciudad muerta. O una ciudad como todas las ciudades. Soy un vagabundo de las calles, de la noche. Me considero el nómada de los sueños de cristal. Fumo tabaco de liar. Odio la avenida apestada de gente, y estoy enamorado cual adolescente del banco astillado del parque de asfalto, el único banco que hay, y que mira al único norte que observo embobado hora tras hora. Un único árbol.

A veces me pregunto la razón de la existencia de un pequeño circulo de tierra que ahoga al débil tronco del árbol. Me pregunto por qué lleva un bozal antes de nacer, y por qué no puede crecer estirando las raíces, desperezándose.

Es más barato el asfalto. Sin más.

En mis últimos cinco años he pasado más tiempo en este banco que en la cocina de mi casa. Y eso que a veces tiene comida. Es otra de las preguntas a las que busco desesperada respuesta aun a sabiendas que moriré sin hallarla.

Me cautivan los lugares inhóspitos, cerrados y con olor a putrefacción. Me gusta que todos fijen su mirada indiferente, mientras yo descubro un mapa de lugares inexplorados. Me encanta sentirme dueño de algo que nadie quiere. Adoro saber que nadie luchará conmigo por un tesoro de monedas de chocolate, y que a pesar de tenerlo colgado de las ventanas, junto a los calcetines, nadie mostrará más interés que el que se muestra por los propios calcetines con rayas negras y rojas. Me satisface decir que me importa más algo que se acerca más a ser nada, y ver la cara de incredulidad que aparece gradualmente en el rostro de la gente.

En mis últimos cinco años he pasado más tiempo en este banco que en la cocina de mi casa. Creo que he dicho. Metáforas aparte, considero éste el templo de mis cavilaciones de hombre joven.

Los viejos se reirían de mi filosofía barata y mezclada con Pueblo. No me importa. No me importa porque no me importa el pensamiento generacional que un determinado sector de la sociedad dedique a un veinteañero desgarbado, fumador, sumiso a sus ideales y que desperdicia casi las venticuatro horas del dia tumbado en el banco de un parque, cuando por el bien de la humanidad en general y de la sociedad perteneciente a este país en particular debería estar amasando cemento o colocando ladrillos para edificar el futuro y el desarrollo de la civilización.

De mis recientes ventidós años, sólo la mitad los he dedicado a ir a una escuela. A pesar de ello me considero, aun pecando de falsa modestia, mucho más inteligente que mucha otra gente de mi edad, que andan por ahí presumiendo de licenciatura universitaria.

Me considero hijo de la escuela de la vida, esa donde sólo entran alumnos selectos, y donde imparten con brutal violencia la verdadera ley que rige el movimiento cósmico, y que atañe al desarrollo personal y vital del hombre. Me considero hijo de la calle, y por tanto, hijo del mundo.

El mundo me ha dado libros, y con ellos, el mayor saber posible. No he necesitado, ni necesito, nada más.


Mi nombre es M. Creo que ya lo he dicho.









enc., allá por marzo del 2009.


martes, 12 de abril de 2011

Yo también quiero una herida que supure por las noches y me grite al oído que no estoy sola.
Yo no quiero silencio que me aplaste entre tanto ruido.
Yo quiero vivir de noche porque la luz me quema.
Yo no quiero gatos en los capós que ladren a mi paso. Que me laman el cuello. Que me muerdan la vena.
Yo quiero pasarme todo un día contando todos y cada uno de los segundos. Hasta llegar al ochenta y seis mil trescientos noventa y nueve sin perder la cuenta. Y cambiar de lado de la cama y empezar de nuevo. Ahora mirando la pared de la izquierda.
Yo quiero una canción para mí. Que nadie más conozca, y tararearla en el metro y que me llamen loca.
Quiero una meta, una salida, un carril de mi velocidad y muchos guijarros de por medio. Quiero cada onda por la que baila el agua cuando rebotan en su espejo líquido.
Yo no quiero que sea fácil. Ni ligero, ni rápido. Que duela en el perigeo y en el iris. Que se ensañe. Y que diga no. Porque sí.
Yo no quiero el pasado si no está contaminado, si no tiene tu olor o su sabor. Si no escuece.
El futuro en blanco me aburre. La claridad de lo cierto me asusta. Me da angustia el vacío y las cuestiones resueltas.
Prefiero el interrogante a la exclamación. Los puntos y seguido a los puntos y aparte. Aunque a veces no.
Amo las dudas. Y las odio hasta la extenuación. Como quedarme sin respiración. Malditos pulmones que no me dejan ascender, y ascender, y ascender.
Pero no. Malditas las alas que nunca funcionan cuando me dejo caer. Nunca se abren. Y sé que están ahí. Pero nunca se abren.
Yo no quiero ser ella. Ni quererte como ella lo hacía. Ni siquiera quiero que tú me quieras como la querías a ella.
Yo no quiero que me queme un recuerdo. Si acaso que se asome en aquella fecha, que levante la cabeza, que se choque sin cuidado y que me esquive la mirada. Sólo eso. Y si me desgarra a navajazos que sea breve, limpio y silencioso. Ya me grita su maldita herida.
No quiero arrancarme la costra pero lo hago. Sin más. Apenas me importa. Así vuelve. No cicatriza. No se va. No se termina de ir. Vuelve a sangrar. Y sabe dulce, muy dulce. Sabe tan amargo como no querer matarte de mi piel y dejarte crecer salvaje entre los poros que se desangran en gritos.
En gritos que suenan a soledad.















enc.

viernes, 8 de abril de 2011

Tres deseos.
Cinco dedos.
Dos minutos.
Susúrrale.
Eres poeta.
Ama en arte.
En clave de fa.
Sácala a bailar.
Luna menguante y el mar.
Puntos de luz en el agua.
Y en el cielo.
Bosteza la noche de calor.
Ruedan. Ruedan.
Arena entre las manos y la piel.
Bajo las pestañas.
Nudo de abrazos. Y duermen.
Dos deseos.
Diez dedos.
Un minuto.
Él abre los ojos.
Ella sueña.
La mira. La mira.
Rebota el sol en sus labios.
Se enreda en su pelo.
Se despeina en su piel.
De lejos, las olas.
Tenue. Suave.
Leve. Tibio.
El mundo no gira.
El tiempo se ha ido.
Solos. Solos.
Eternos.
Nudo de cuerpos.
Un deseo.
Dos dedos.
Tres segundos.
Ruido. Humo.
Choques. Tejados.
Ciudad.
Otro tiempo, otra vida.
Al fondo, en el costado, la playa.
Su-la-mi playa.
El mar en un tarro de cristal.
Algo de arena entre las ropas.
Una foto. La foto.
Enterrada en el sol de la luna.
En los portales de nuestro mundo.
Tan lejos. Tan cerca.
Avenidas y prisas.
No se oye el mar.
Horizonte ametrallado de asfalto.
Qué limpio de agua.
Volvamos mañana.
Gastados los deseos entre los labios.
Todos besados.
Amados con las horas hechas trizas.
Hechas segundos.
Dos manos son diez dedos.
Diez playas y diez noches.
Diez lunas y un faro.
Un sol.
Un sólo sol.
Con el que amanecer y volver.
A la realidad de la luz,
a la mentira de las sombras.
A donde no veo tus ojos pero los acaricio.
Los acaricio tan adentro que no oigo restallar el mar.
Me parece ciudad o me parece volar.

Mira cómo corre el tiempo.
No lo veo.
Ni lo quiero ver.
Volvamos mañana.














enc.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Que te hable de una canción o de un libro. De un párrafo o de un verso. De una playa o de una mirada. Que te diga si prefiero a Chinaski o a Caulfield.
Las historias que hablan de amor o de lo que viene después. Eso que nadie nombra y por lo que todos escriben.
O que te diga qué es el amor. Una breve introducción. Directa al corazón.
No sabía cómo decirte que si la luna, las estrellas o su cuerpo. Que si la ausencia repleta o el vacío agobiante. El sudor frío o las lágrimas de alegría. La guitarra de fondo, o el cine de silencio entre los dedos tensos. Que si su boca, sus ojos o su caminar. Las mañanas, las noches o las horas muertas. El tiempo o el espacio. Los miles de mapas sobre los que correr ciudades, las risas tontas, los miles de conciertos en la arena, los bailes desparejados con la canción. Esa canción. Las prisas, los llantos, las esperas. El miedo, el pinchazo, el redoble de tambor. Las mariposas. Las famosas mariposas.
Que si las fotos, todas las fotos. Su camiseta, el olor de su camiseta. Tu mechero y sus caladas. Aquel día. El sol. Su piel. El lunar de su cuello. Cada poema en la mesilla de noche, cada tarde en el parque, cada llamada de madrugada. Todos y cada uno de los besos. Y de los arañazos. Y del costado en cabestrillo. El pintalabios en el espejo, la ropa por el suelo. Su sonrisa. Sin duda, su sonrisa.
Que sí. Que elijo entre McCandless o Moriarty, entre Robe o Kutxi, entre Tyler Durden o Derek Vinyard. Entre Amèlie o Sophie Kowalsky, Quique o Iván, la Maga o Ignatius Reilly.
Pero no me hagas más preguntas. No me preguntes qué es el amor. No me hagas más preguntas que no te sepa responder.














enc.

domingo, 20 de marzo de 2011

Fumemos en paz como si nos fuese la vida en ello.
Afuera se hizo la guerra pero tu cama es metralla a mi cuerpo de cera.
Vienen por nosotros pero nos da tiempo a terminar de amarnos.
Por si aún no hemos empezado.
Ráyame tu poema favorito entre un brazo y el bazo.
Lámeme del cuello al extremo del verso, a la punta de mis dedos.
La luz arde en la noche y se oyen misiles cerca de tu pecho.
Coges un papel y escribes mi nombre.
Yo lo arrugo y lo hago volar.
Me miras. Me besas. Me miras. Me besas.
Me miras.
Una bala te despeina.
Comparto tus besos con una botella.
Ella gana. Siempre gana.
A la muralla.
Ahora te ríes de mi corazón coraza.
Cuando te bailan las balas mientras apagas la llama.
Una impacta y te sacude las entrañas.
Me besas.
Te miro.
Me besas.
Te beso.
Te miro.
Te beso. Te beso. Te beso.
Te miro.














enc.

jueves, 10 de marzo de 2011

Podemos empezar por bailar.
Con las sombras de las utopías.
Con los cuerpos desnudos de las vergüenzas ajenas.
No vaya a ser que empecemos a amar la certidumbre
de sabernos egolátricos del espacio que respiramos.
También podemos empezar por callar.
Por si nos oyen detrás de la realidad
y nos fuerzan a despertar de la verdad. De nuestra verdad.
O podemos optar por soñar en la misma almohada y anudándonos cada dedo.
Pero yo prefiero vivir.
Que nunca se me dio bien necesitar, y tú ya alcanzas límites insospechados. Vas demasiado rápido y chocas, chocas, chocamos, choco. Maldito muro de verbo.
Y tic tac y tic tac y tic tac.
Por un arma blanca te decantas. De doble filo y doble cara y sale cruz. Y de pronto te pones a rezar. Dong. Dong.
Te dije que mis cenizas las quería para el mar, para que se las llevase el viento de la luna, o para que las secase la luz del crepúsculo otoñal. Acaso me hiciste caso... elegiste el ocaso.
Y yo ya no estaba a tu lado. Lo estaba el polvo de mis huesos y los esqueletos de los besos que nunca te di porque los convertí en versos. Y tú hacías tic, tac, tic tac, con la boca una mueca mientras una muesca te roía el corazón.
Y ahora llora y di que me añoras y que no eres capaz de sacar mi ponzoña.
Es tarde. Van a replicar las campanas. Dong. Dong. Lanza la moneda. Siempre sale cruz.
Tú respiras y yo te anhelo. Tú como el sol y yo en clave de fa.
Por si acaso voy a pedir una estrella fugaz. No quiero un deseo. Quiero una estrella fugaz. La cáscara de la razón o las vísceras de la pasión.
Vayámonos. Empieza a hacer frío.
Pero ahora, ahora, quieres bailar.
Réquiem por vos, rapsoda amado.
A vos, que hiero tanto.














enc.

viernes, 4 de marzo de 2011

Se quiso beber cada gota de tu ácida piel. Quiso no ser un fracaso y dos victorias. O dos aciertos y una derrota. Pedía ser un hombre y un rostro, unas manos amadas por la mujer que le quemaba. Como todos. Filosofía barata, de garrafón y noches sobrias; y algo de azúcar por eso de endulzar el alma. Pero todo eran drogas duras: el amor, sus manos, el vaso. Y es que era un crápula y siempre lo había sido.
Siempre eso de quererse algo, de querer ser algo, de creerse algo. Como todos. ¿Tú qué pides? Unos, la pedirán a ella. Sólo a ella. Que si su olor, sus ojos o su sonrisa. O su perfume, también piden su perfume. Románticos enamorados de la luna, que le cantan versos que se les trastabillan en la garganta al volver a casa ebrios de soledad. Y entonces se acuerdan de ella, de la luna. No de la otra ella. La otra ella es para las mañanas de dolor de cabeza y llanto disimulado al pasar la mano por debajo de la almohada y no de su cuerpo.
Como todos.
Su caminar, su palabra suave, el lunar de su barbilla. Y el de debajo de la rodilla. Su letra puntiaguda, su blusa azul, sus maullidos de chica gato, sus ocho de la mañana de los domingos y su dedo en mi párpado izquierdo. Su lado de la cama. Y todo que aún no es suyo pero que puede serlo sólo si pongo "su" delante de su nombre.
Y se pasarán horas mirando por la ventana y fumando sin parar contándote hasta la última tonalidad de su amarga piel. Y qué. Como todos. Como todos los que aman y que difuminan su gris existencia de desprestigios y errores con su nombre. Pues sí.
Y ya no hablan de la muerte porque no la conciben: están con otra mujer. Ni del dolor: en su cama sólo caben dos. Ni del dinero: desnudos no hay donde guardarlo. Ni de la rabia, del sinsabor, de los bares de copas en la barra, de las tres de madrugada ante la televisión, del buzón que sólo recibe polvo y de la comida para uno. Hay que agrandar la habitación, el salón y el corazón. Ya no vives solo y la cama está siempre revuelta. Como todos.
Como todos.
Todo el cristal es rosa y nunca llueve y todos te sonríen por la calle. Ya sabes. Que si felicidad.

Como todos, o ya no sé si como nadie, pero seguiremos pidiendo. No vaya a ser que seamos felices sin darnos cuenta.














enc.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Querido nadie:
Suena tu canción.
En la calle, llueve.
Es invierno mientras el sol luce.
Encarnado se ha bebido mi sangre.
Pero no hace frío.
Sólo en mis manos.
Ya debes estar cerca de París.
Y eso que nunca te gustó Baudelaire.
Ni Salinas:
tú no creías en el amor.
Y yo...
¿yo creía?
Yo siempre me declare agnóstica.
Por eso del miedo,
de la ignorancia
o del olvido.
Vibra tu corchea,
que no es tuya,
pero a mi me sabe a tu voz.
No es Nacho
ni Iván,
ni Quique.
No tiene nombre,
porque nunca me lo llegaste a decir.
Tejías misterios cada vez que me mirabas
y yo me enredé en ellos,
en todos ellos.
Te dije que no me gustaban los enigmas,
porque nunca encontraba la solución.
Y tú te reías.
Te reías.
Y el agua brotaba cristalina
dejándose resbalar en un tiempo quieto,
en las noches eternas
y en los hijos entretejidos
de una flor deshojándose.
O marchitándose.
Y eramos ciegos de luz.
Verdugos a la horca,
cautivos del deseo
que no terminó de explotar.
Y fue la guerra y la palabra,
la pluma y el tintero;
echamos a volar.
Y hoy es otro día.
Otro ayer,
otra cruz al calendario
otro mono de ansiedad.
Otro cigarro en soledad.
Y tú,
te ríes.
Y mira que es bonita,
tu risa.














enc.

lunes, 21 de febrero de 2011

A veces te sorprendes cuando de pronto una hebra de sentimiento se te escapa y se pega en un papel, en la contraportada de un libro. Y te olvidas, te olvidas porque ya no te pesa y ya no tienes carga. Pero ahí sigue. Hoy he abierto ese libro, ese libro que me despertó la letanía y el sueño pesado de dormir para soñar y soñar para vivir. Y aquí está; virgen y afilado con letras agudas, y con algo que en algún momento, no sé hace cuanto, broto y se meció y se paró en un stop. Hoy paso por esa calle y veo escrito en la pared:

H
oy he plantado una lágrima a tu nombre. La primera que habla de amor y de dolor. La primera que te pone nombre. Y quién eres tú, que me desnudas como ya no lo hacen mis palabras; que me abrasas como ya no lo hacen otros fuegos Párate.
Ya no sé seguir. Me mata el arranque de un grito truncado, de una poesía que no llega al primer verso. Ya no sé escribir. Ya no me dejo escribir. La luz se apaga y estás allí, lejos y aquí, en una luna, mi luna, que brilla para mí. No te vayas de mis manos aunque te mueras de frío. Yo no sé amar en un papel, ni sin papel; llorar por una palabra. No sé ser poeta de mi corazón ni del tuyo.
Pero tú estás allí, ahí, aquí, y no te mueves. No te vayas. Ya no te puedes ir porque ya no eres tú. Ya tú eres yo. O yo soy tú. Y quién sabe, quién sabe.
Si mirar al mar y rozarte, beberte y morder el tiempo para quedarnos una bobina, un retazo. Pintemos el cielo color azul; azul y el mar. Y el día que es noche y día otra vez. Y tú la estrella, tú la estrella.














enc.

viernes, 18 de febrero de 2011

¿Revolución?
Revolución es que la luna te mire entre los tejados de la ciudad de humo, y te guiñe los ojos mientras contaminas con una respiración. Revolución es seguir la linea impertérrita que separa los alambres del cuerpo de una vela. Y su llama. Su llama es revolución.
Revolución es ritmo incesante y candente, resbalar en el renglón y derrapar en la curva de un eje torcido: el de no decir nada con mil palabras.
Revolución es amarte aunque mi cabeza no quiera. Me odie. Salir sin camisa y con el torso incandescente de lucha a la calle desierta, a los edificios vacíos que procuran un hogar a almas vagabundas.
Escribir sin pensar o sentir sin escribir. Es la hilandera de prejuicios que me asesinan a golpe de piedra cuando los miro y me miento, y me quiero creer algo y soy uno más. Un número más. Revolución es pintar mi nombre donde todos los vean aunque nadie quiera mirar, donde signifique mar y oleaje, tormenta de luces y clara oscuridad. Que el mundo deje de ser mundo y nazca con un nombre propio, con mayúsculas y al inicio, intermedio y final de toda película. Como si sólo al escribir tuvieses seis letras en el abecedario, y todo casase con una rima fácil, sin vuelta de hoja.
Revolución es morir cada día para amar cada sol casi tanto como su rostro. O la montaña. La montaña es revolución porque te devuelve cada grito que estrellaste entre arañazos y escombros cuando buscabas una cima que huía y no se dejaba coger. Revolución es la sombra pálida de las estrellas.
¿Revolución?
Nada es revolución como afilar el lápiz con la pared por querer sangrar y no poder, no tener ya más. Y aún así, de lágrimas blancas el papel que se lleva el rayo de sol de invierno que se cuela por la ventana a las tres de la madrugada. Eso es revolución.
Y todo es palabrerío y nada es realidad, todo es puro y puto hedonismo por el placer de purgar el alma como despiojando el lomo de un animal. Igual de salvaje.
Y nada es revolución y todo es cautiverio.
Llámame inconformista, iluso e idiota. Pero mi libertad duerme en la palma de mi mano.














enc.

viernes, 11 de febrero de 2011

Decíase herido. O herida.
Rezaba poeta.
Una dirección cercana a la noche.
Lindando con una brecha de luna.
Supurante.
Un número de serie.
Un código de barras.
Una casualidad.
Una tarde. O dos.
O ya era noche.
Un disparo a la cabeza,
una bala al corazón.
Un transeúnte solitario,
un alma errante,
un ideal desconocido.
Cine en las calles.
De invierno enero.
De primaverales versos.
Se marcha el sol.
Se lo beben los kamikazes,
dispuestos a un suicidio
por el que renacer.
Talibán.
En el fondo no era poeta.
Ni yo.
Ni pretendía curarse.
¿Dejar de ser herida?
Yo empezaba a ser arañazo.
Asomaba un diamante escarlata.
Comenzaba a engordar,
a dejarse rodar.
¿Y si somos dos heridos?
Que nos cure la palabra,
o el beso,
o el mañana,
o el qué más da.
Herida hirió.
Eramos dos heridos graves.
De muerte.
O de vida.

Decíase herida.
Poeta llamado herida.














enc.

lunes, 31 de enero de 2011

Lo noto al fondo, como noto el deseo de beberme los mares las noches de sábado y como noto que los poetas se sumen en un letargo del que tardan en despertar. A veces.
A veces noto la bola de fuego salirme por la boca, el ansia irrefrenable de querer vomitar sobre el papel y llenar la pantalla de diminutas letras negras cursivas. A veces soy tinta fresca y otras se reseca.
Ya no sé escribir; me enamoré de una luna a la que vendí mi musa, mi numen, a cambio de dos gramos de felicidad. De erratas y palabras en mitad de la nada que no dicen nada. Que las miras y te sonríen como cuando te cruzas por la calle con gestos imperfectos y rostros rotos. Ya no digo nada, y eso que no callo ni al alba, ni a la madrugada de las noches de estío ni de duro frío. Ya no corro las letras ni me falta el aliento; ya inhalo el tabaco como el agua el hambriento.
Yo soy los rasgos que acaricio, que hago cenizas cuando corto el hilo que me ata a la vida y me mata en el papel. Pero ahora más terrenal que nunca, pero más en los cielos, en las nubes de tormenta, que nunca.
Delimita tu mundo con dos palabras. Con cuatro, si me apuras. Nunca podrás. Cuerpo el tuyo que vaga, que llora, que gime y que grita. ¿Y el papel? ¿Qué sabe él?
Nada y aún así me cuestionáis, me miráis del revés y me véis cabeza abajo, me preguntáis por mi mundo, por mi pequeña parcela de mundo. Y queréis dos palabras en cada esquina. Ni hablar.
No busco el entendimiento como tampoco lo hace el loco de atar, el tacaño hipócrita celoso de su corazón, el iluso e idiota enamorado de la luna.
Sé que has llegado hasta aquí y te has quedado a mitad. A mitad de todo porque no comprendes de nada. ¿Sabes?, ni me preguntes. Ni me preguntes ni me cuestiones ni me mires mientras hago el pino con los pies descalzos. Ni me ahogues si pretendo volar por el mar, ni me llames si estoy demasiado cerca y no te oigo, ni me escribas si sabes que yo no leo, que no sé leer. Ni me ames si sabes que la luna está por encima de ti.
Y me quedo con ganas de más, de cantar mientras bailo o llorar mientras río. Intenté, ahí arriba, enlazar algo coherente, cohesionado, congruente. Pero si ni mi vida ni la tuya al fin y al cabo lo son, ¿por qué sí iba a serlo mi prosa? O es mi verso que se posa y ya no sé si tiene alas o sólo solloza porque no es capaz de salir de mi boca. Queriendo volver a tomar cuerpo y ser incandescente. Y todo es un relativismo inherente a lo que tu pensamiento asfixia. Ni yo sé lo que escribo ni lo que quiero escribir, y ni tú sabes lo que lees ni lo que quieres leer.
¿Sabes qué es lo mejor? Que todo es silencio. Y ahora sólo escúchalo, y el hada del azar, o del destino, o de tu Dios, quizás encuentre sitio en tu cama. Y haz el amor antes de que él te haga, y seas un prisionero más en esta cárcel de caramelo que todos lamemos sin saber que somos azúcar y nos quemamos, nos quemamos y somos verja de nuestro propio cautiverio, de ese dulce carcelero.
Y si es silencio qué hago aquí. Entre un mar imaginario y tus dedos. Mirando por una ventana de cristales que vibran como las cuerdas de una guitarra. El silencio es cerrar los ojos y colocar un puzzle de palabras. Para que suene bien.
Quiero un final que estalle. Una bomba. Pero no es así, tú no eres así, ni yo, ni la vida. Todo es el silencio de apagarse poco a poco, sin ruido y con soledad. Pero ahora quiero sonar en tus oídos, porque estoy gritando y sé que retumbo en tus costillas. Aunque me cosas la boca.
Y ahora qué. Ahora que sé que estoy sola porque os habéis quedado por el camino, porque no estáis aquí, conmigo, en mi espíritu errante que teclea al azar. Ahora puedo terminar de desvariar y gritar disparates como amor, libertad o tunombre. Porque sé que no me oís.

Y no importa. No importa en absoluto.
Porque yo aún tengo dos gramos de felicidad en el bolsillo.














enc.

martes, 25 de enero de 2011

Abro dos paréntesis y me dedico a mirar el cielo. Parece que clarea algo, que tu mano es suave y el humo sabe bien, a libertad.
El torbellino y la prisa revuelven los papeles de mi escritorio, el pelo alborotado como verte despertar en mi almohada; y sonreír. Todo gira y el mundo es pequeño, una bola de papel que bota de mano en mano, arde como el alcohol en la herida que no termina de curar.
Mi tiempo es débil y huidizo, se aleja dejando una sombra alargada y un helor a madrugada.
Cuando despierto no está tu piel sobre la mía, ni tus labios tras mi oreja, ni el reloj que no dejó de hacer tic-tac en toda la noche.
Queda el café frío sobre la mesilla, como queda el poso del esqueleto consumido de un cigarro a medias. Ni carmín en él; todo te lo bebiste tú.
Las sábanas que dibujan tu cuerpo, el calor que me dejaste y una nota por desayuno. Volverás, dices. Pero es mi tiempo el que no lo hará, y lo odio por dejar que los hilos de tus segundos no se hilvanen con los minutos que deshojo poco a poco.
Mañana son sólo seis letras y tres as. Hoy es una división entre tres y una hache muda; ya somos dos. Dos tús.















enc.

miércoles, 19 de enero de 2011

Hoy se propuso salir del vendaval y agarrarse a la cola del viento. Quería el aire en su oreja y que no pudiese respirar bien. Emborracharse de todos los olores que levantaban el vuelo con la cometa de tu piel.
Mirarte desde lejos y notar la seda que se desliza dedos abajo, que gotean en un suelo acristalado y algo quebradizo; un suelo de hielo por encima de las azoteas del infierno azul. Una estalactita de lágrimas secas, de cauces y de mares oscuros por los que navegar sin rumbo, sin espacio ni tiempo.
Que ya no dices nada, escupía. Ya no gritas como antes; ya no te oyen allá al fondo.
Se encogió de hombros y dobló la esquina. Sin más.
Decidió que estaba en huelga de sentimientos. En una revolución pacífica en contra de sí mismo. Caracol a la carrera de una meta en movimiento, que se va y se va y es sólo un punto gris en la bifurcación de unos ojos cansados de mirar. De mirar y ver y saber y no ser capaz de creer.
Le gustaba pronunciarse una y otra vez, cruento y sangrante; a las armas todos los eneros. Hasta verano no quería más ventanas ni más amores de una noche. Nada de ron ni de sexo.
Ahora se movía a toda velocidad. Sabía que nadie le seguía. Lo sabía porque cuando empezaba a mezclar delirios con desvaríos se quedaba sola. Todos se preguntaban; y nadie se respondía.
A veces demasiados interrogantes panzones y gordos, cabeza abajo. Dónde quedó el estilismo de la exclamación esbelta y proporcionada. En donde duermen las palabras enlazadas, casadas y amadas; matrimonios consumados y vida sencilla, fácil.
El arte no es arte porque lo ponga la tinta impresa y pulcra de una entrada de museo. El arte es arte porque en ti despierta una pregunta retórica, aguda, dolorosa e insufrible. Cicatriz para toda la vida bajo la piel que escondes al mundo. Eso es arte.
Ahora mira a ver si comprendes un sólo enunciado, una sola premisa, una sola de las profecías. A que no.
¿Apuestas?
Ahora, intenta deshacer la maraña de nudos que te revolotean por la sien, qué será, qué será, qué dirá, qué dirá.
No digo nada. Absolutamente nada. Lo que en tu cabeza resuene es el arte que yo no veo, que yo no cree, y que solo tú hilvanas.

Mata el arte. Es tuyo.
Yo te espero en mi uni(verso).















enc.

viernes, 14 de enero de 2011

A veces está todo dicho y lo que continuamos deshilando no hace más que ruido.
A veces somos dos y otras estamos solos.
O somos una marea de nadies que se creen algo, alguien, una masa que impregne cada poro de este mundo hueco.
El tú deja de ser tú y pasa a ser yo, mientras que con mi palabra deshago un lazo inexistente y te creo, te creo. Cuerpo incorpóreo, de aire sobrante de una respiración más, de un latido sin querer, de un parpadeo inoportuno. Ahora no.
Antes todo se deslizaba, se dejaba llevar por una corriente dulce, un amargo trago de alcohol que era elixir, sabor ácido a desnudez tibia.
A veces me vale con sentarme en los tejados de una puesta de sol, de una gran ciudad donde no hay buzones sin nombre y los gatos salen a lucir brillantes en los ojos que se tragan los focos de los coches. A veces soy sombra que se arrastra por las paredes y escala las aceras.
A veces soy tren que no se detiene, estación que ruge el paso de los minutos de una espera intempestiva, una gota que empieza a caer del cielo y que duerme en un banco desolado. O soy la bajada del vagón y los abrazos cruzados que me esquivan fugaces. Como las estrellas.
Sola soledad y una historia que contar.
Una escena y música de fondo. Besos ensayados y un grito de acción. Corten. Volvamos a empezar. No es real. Y desde una butaca tan fría como tu corazón te crees hasta los pálpitos que no ves, las caricias pagadas.
Vayamos por la calle atados a nuestras manos. A lo mejor ni nos ve nadie, qué desastre, qué emoción perdida, qué título olvidado en una biblioteca de polvo. Con sólo dos espectadores. Y ningún fanático a las puertas de nuestro hotel.

Arte mugriento y entre los dedos.

No mires. Somos estetas.














enc.

jueves, 6 de enero de 2011

Lo que hoy escriba se lo come la lluvia. Y eso que aún no llueve ahí fuera. Pero sólo yo noto la humedad que carcome y que vomita, la que da escalofríos cuando el cigarro sienta mal y agarras la tierra por encima de la hierba.
El resto me da igual. Echaría a volar sin necesidad de alas.
Pero todo queda muy alto, muy alto. Y mis manos nunca fueron tan grandes como para tapar el sol.
Aquí abajo no se está tan mal. A veces, se cuela la luz.














enc.