viernes, 18 de junio de 2010

Los barrenderos me cierran las calles. Noche sí y noche también. Por las baldosas desfilan, firmes y ordenadas, las gotas que chorrean de la curva de la luna, de la cadera de la luz que se deja reflejar en las farolas que titilan.
A mí me sacan las muelas y me comen los principios, me garabatean con carboncillo las rejas de salida y me cuadraculan los finales en historias en tres dimensiones. Me bailan los dedos lo que no los pies y me aguan las palabras que me obligan a toser. Los gritos de los niños y los pitidos de malva que pespuntan entre trompeta y clarín me acompañan al paseo, al pase de cine vacío, de olor a cafetera y de libros que se acaban.
Ya he aprendido que las sumas son sólo restas, y que bajo cero siempre hace frío, mucho frío. Frío azul de mezclar blanco y gris, de diluir en lágrimas que saltan de los mares y penetran en la piel. Rayajos de niñez que se hacen adultos y borran con carmín, carmín y tacones y corbatas a los cuellos que se ahogan entre suspiros y sollozos que nunca sentirán erizos en el viento.
La ciudad que hoy me duerme hace cosquillas a un cielo que creo mío, y que siempre será mío. Será mío porque siempre lo ha sido y no he encontrado un padre que abrace mejor que sus apretujones de lunes por la mañana y buenos días. Sin azúcar y un lienzo poroso, unas pinturas resecas y un pincel de pelo corto, una novedad que se tergiversa irreal, un borrón y cuenta nueva que no lo es. Hoy mi cielo me despide con las nubes de luto y el sol escondido, porque sabe que no me volverá a ver y yo sé que mientras vago entre esquinas la luna que me sigue sin tregua quedará donde quedan los restos, los todos, los círculos completos, las partidas de cartas acabadas y todos los quesitos del hexágono.
Hoy me he dado cuenta, entre cala y calada, que a pesar de los tragos y ratos, de los bancos de piedra y los cascabeles de corazón abierto, los cielos siempre son cielos, y que los trozos azules de la retina de cristal, del rayo de luz y locura, muescan las paredes con pequeñas hebras hasta cinco. Siempre hasta cinco y no perder la cuenta.
Llenando las paredes.
Llenando las paredes para desempolvar los muebles. Para cuando haya tormenta y se lleve hasta las pelusillas de papel de fumar.














enc.