viernes, 30 de octubre de 2009

-Que no quiero escribir.
-Pero... ¿por qué?.-su voz emitía un timbre alarmado, mezclado con tintes de incredulidad.
-Porque no quiero. ¿Por qué si debería hacerlo?
-Porque lo necesitas.
-Ya no. Ya no necesito nada. Nada. ¿Me entiendes? Na-da.
-No mientas. Sabes que no es así.
-¿Y tú qué sabes? Nada, no sabéis nada. Cállate.
-No me callo porque no quiero verte sufrir.
-¿Sufrir? ¿Sufrir? ¿Y a ti qué más te da?
-Quiero que escribas. Tienes que vomitar.
-No me duele nada. Estoy bien.
-No lo estás. ¿Por qué me mientes?
-¿Y de qué sirve que te diga que tienes razón?
-Quiero ayudarte.
-Olvídalo. No puedes ayudarme.
-Pero por qué. No me has dejado intentarlo.
-¿Acaso podrías, si te dejo? No. No podrías. Perdí. Perdí la guerra y me desvalijaron hasta los huesos. Las arterias desembocan en un cubículo mecánico, porque los cachos que lo formaban se han ido. Y no puedo ir a buscarlos.
-Yo te llevaré.
-Están demasiado lejos. Hay barreras, muros. Altas murallas, y fosos a su alrededor. No puedo recuperarlos. Los miro, y no los puedo tocar. Se atraen, como imanes, pero una magnetita más poderosa imanta hacia otro polo.
-Escala.
-Tengo los dedos en carne viva de hacerlo.
-Está bien. Te das por vencida, ¿no es así?
-Si. No quiero seguir batallando.
-Es tu decisión, y has de llevarla a cabo hasta el final. Pero te duele.
-¿Y qué?
-Que no lloras.
-Lloro lágrimas negras, que mojan el papel y lo arrugan.
-No. Ni tan siquiera eso haces.
-Porque se me han secado los ojos.
-Imposible. Se va a desbordar.
-Que lo hagan. No me importa. Si no quieres verlo miraré hacia otro lado.
-Quiero que me mires y llores.
-¿Por qué?
-Para poder recoger cada lágrima, y construir para ti un féretro.
-No me voy a morir.
-Si. Lo estás haciendo. Has depuesto las armas, has agachado la cabeza. Has capitulado. No vas a perder luchando. Vas a morir derrotada.
-Que así sea, pues.
-Lo será.
-No te importa.
-Me importa. Y sabes que me importa. Pero a mi, también me importa muy poco el mundo. Y tampoco me queda nada.
-Muere conmigo, pues.
-No. Yo quiero seguir luchando.
-El fin es el mismo. Llegarás donde mi antes que después.
-Pero serán blancas mis lágrimas.
-No se puede escribir en blanco.
-No. Pero las palabras son blancas.
-Las palabras se las lleva el viento.
-Y las lágrimas las seca el sol.
-No así la tinta impresa.
-No así la voz cantada.
-La voz cantada. La voz cantada.
-Ni escribir.
-Ni escribir, ya.
-¿Te he dicho que no quiero escribir?












enc.

jueves, 22 de octubre de 2009

Está cerca el final. Y lo presiento. Lo huelo. Lo noto desfilar por las ranuras de las puertas, y oigo sus chirridos al vacilar ante los tornillos flojos. Se me escarpa la piel, y me recorre un frío de enero.
La luz se va difuminando, como descendiendo una escalera a pasos lentos, mientras se desenfocan las pupilas para acaparar el sumo fulgor. Llega un punto en que las manos se adelantan, balbuceantes, para evitar caer. Inconscientes, auguran el tropiezo y el resbalar en las aguas.
Las llamas, a lo lejos, parecen eternas y estáticas, pero nunca crecen. Cada paso es inverso, y nunca llega mayor claridad. Se entreve la grieta de la gruta, pero tampoco se acerca.
Está cerca el final. Y empieza a florecer el miedo. Con las manos, y los brazos después, intento sepultar en vano su crecimiento. Una vez pletórico, enorme y poderoso, es imparable. Se adueña hasta de las uñas de la consciencia.
Acaba el ocaso. Y es noche cerrada. Por supuesto, no hay astro que clarifique.
Las llamas crepitan, pero el velo negro es denso, y ya sólamente se huelen. Azufre y humo.
Se une al incipiente imperio del terror un nuevo temor. El fuego, quema.
Abarco con las manos, y ahueco. Pienso ahogar la lumbre con mi tiritona. Quizás así dé menos miedo.
El tiempo parece detenido, no laten los instantes. Me pregunto con pavor, cuándo será de día.
Imagino tumbarme, e intentar, además de cerrar los ojos, la mente. Arrincono el frío a un lado, pero es fuerte. Regresa.
Me enfado con el miedo, pero me grita. Me abofetea.
Desisto. El miedo abriga, el frío me hace compañía.
Muevo los dedos de los pies, para sentirlos conmigo. Responden con un susurro, y protestan por la molestia.
Me olvido. Simplemente, me abandono. Me quedo, tirada, sin remiendos y sin sueño.
Pero tengo miedo, y frío.
Tengo algo.
Algo que sentir, al menos. Al menos sé que vivo, pues me duelen.
Prefiero que me duelan. Prefiero sentir, sentir que sigo viviendo.
Prefiero un sentimiento, a cualquier indiferencia.
Pero está cerca el final.
Lo estoy sintiendo.













enc.

domingo, 18 de octubre de 2009

¿Y qué pasa si nado a contracorriente?
Si me gusta describir con sinónimos y pensar en antagonismos, o tirar por la borda el misterioso porque de las lágrimas del dolor del domingo por la tarde.
Y sí, me río de una armónica que sólo cuenta notas pesimistas y siembra pesadez que impide volar. Voy a contracorriente porque no comparto la mitad del cuarto de los ideales que mueven masas e impulsan a cometer locuras propiciadas por afán de fama y protagonismo.
Fumo tabaco porque no me importa morir por un motivo provocado por mi fuerza de voluntad y consumido a mi merced, porque no me importa morir con el alma negra de carbón sabiendo que es sólo humo y no mentiras pegadas a las paredes de mi cuerpo. Porque no quiero morir de una causa externa que no pueda dominar y que me agarre en sus brazos y me asfixie sin poder abrir la boca.
Vuelo a ras de suelo, pero vuelo. Vuelo con penurias e ingrávidos yunques que calcinan en la fragua las bombas nucleares por las que, a veces, me tambaleo. Pero sigo en pie.
Sigo en pie plantando guerra a grandes gigantes de piedra que amenazan con desmoronar la muralla de madera, o arrasar con olas de mar mi castillo de arena.
Sigo en pie a pesar de los terremotos que vuelcan hasta los alfileres de entre los músculos, a pesar del dolor de estómago que revuelve mi vista y me hace ver puntos de colores.
Es cuestión de un principio innato e inconmensurable, rebosánte de ideas más o menos pueriles que crecen con un cuerpo uniforme e imperfecto a la vez que descubre el mundo tapado por disfraces; más allá de una apariencia engañosa o un espejismo visorio a unos ojos tapados con un antifaz blanco. Color de pureza y evidencia que a veces se ensucia de manchurrones grises y desaparece bajo su capaz de inmundicia, y se traslada el oscuro presagio de una lenta inexistencia provocada por un aguijón de arco iris converso a una cimbra cromática de gama plomiza.
Nado a contracorriente porque me agobia el atasco de asentimientos a la vez con una misma cabeza sujeta a una cruceta de contrachapado manejado por unas únicas manos que rigen los hilos de una consciencia que se entremezcla con los de una marioneta de rictus inexpresivo. Descubro con estupor la inquietante levedad provocada por los sueños cuando estos se hacen trizas y cubren el suelo de titilantes brillos de cristales. Nunca he visto a nadie perder grados de vida intentando recomponer un puzzle de tantas piezas como gruñidos de rabia y frustración provocó.
Si beso a un fantasma de sábana azul el mundo piensa al revés, y juzga mis actos por los deshechos o inacabados en su lugar, y opinan porque es libre opinar y vulgar no hacerlo cuando se tiene opinión para dar aun cuando valga ésta una similitud indecisa e infundada en sentimientos subjetivos e incomprobables.
Me cuelgo de cabeza y un clamor escandalizado surge de las entrañas de la tierra como fuego de un cráter en erupción, y señalan con un dedo inquisidor y tensado con una cólera jamás sentida mas cuando es posible liberar la fuerza huracanada que guardan bajo techo y no pueden liberar por miedo a herir algo de cuantioso valor.
Arrasan con pasos lentos pero nada volátiles y encaramados a una cumbre les da por gritar para sentir un vértigo impropio de los pies en la tierra.
Se muere de hambre el mundo alrededor y hacemos hileras de migas de pan para señalar el camino de vuelta por si el destino nos parece devastador e inhóspito, en vez de repoblar con un ejército de flores toda tierra yerma que destruyamos a nuestro paso humano.
Denota la voz y un deje de intención más o menos aventurada a hallar en un mapa de pergamino un tesoro, y para allá que discurren teorías e investigaciones de entusiasmos infundados y poco determinantes para un futuro incierto a continuación de un presente hasta arriba de dudas, precedido de un pasado enterrado y sepultado a más no ver, y nunca más escuchar.
Escribo porque me da la gana escribir y a veces me pregunto si no es en viento a favor la tormenta de improverbios dirigidos que no son propuestos por un paradigma anterior que dicta unos cánones a seguir. Y si no es así es tergiversar un ideal y cambiar el rumbo de una carabela de velas diáfanas.
¿Sabes qué?
Que yo vuelo.
A ras de suelo.
Pero vuelo.














enc.

jueves, 15 de octubre de 2009

Vestida con chaleco de arlequín y maquillada entre bastidores por un pincel de brocha gorda, sale a la calle a vagabundear entre claros de luna y sombras de farolas.
Piensa así en entrar en un bar, y cazar de la noche algún beso robado y un billete de metro. Tropieza entre las mesas hasta descubrir una silla de tres patas coja de dos en una esquina, y cruza las piernas mientras rasca la piedra del mechero e ilumina la punta de un cigarro.
Dos camisas abiertas hasta el tercer botón y una cresta de graso pelo se acercan bailoteando, sabedores de presa fácil y polvo rápido. Invitan a conversación banal y copa de cristal fino y barato.
Olisquean el aire viciado y contagian con humo mohoso la titilante luz amarillenta de polvo, que cuelga de una bombilla de cable pelado.
-Princesa.- acaramela la última frase, y alarga sin vacile la mano, y veloz amarra un pecho entre los dedos.
Resoplan como ganado, y bufan sonrientes mientras apuran los vasos.
-Vamos, princesa. Vamos a un castillo digno de reinas.
Radian el poder de la dama de tacón, y empujan con disimulo los músculos escondidos, por adueñarse de la mano de la joven infanta.
A sus pies despliegan pétalos de rosa con olor a whisky, y entre la colillas muertas y las servilletas arrugadas, se entrechoca el caminar de la elegancia y el golpear de los mulos.
El deseo no entiende de costuras, y desemboca en una bocacalle dos calles más abajo del antro.
Un par de gritos, tres jadeos y cuatro besos. Un adiós.

Acelera el paso recolocándose la falda y mesándose los cabellos. Saca el espejo del bolso y frunce los labios. Aumenta el volumen de una canción mecánica, mientras entabla conversación con una lámina de hojalata, empujándola para entrar en un búnker de las calles.
Repite la jugada, y en los dados le salen treses y cincos. Recorre la noche, entre parada y parada, hace la ruta del vino. No mira a los ojos, no tampoco mueve las manos.
Otro jadeo, y tuerce la esquina.
Se ríe entre dientes del amor de la mano. Siembra amor en las calles, y se enamora en las paredes. Quién pensó que el amor es para dos.
El amor, en la calle.
En la noche.

-Princesa, ¿juegas?













enc.

domingo, 11 de octubre de 2009

Mátame, mátame a latigazos de odio que descargues con furia desmedida en mi cuerpo de cera y mi corazón de piedra.
Cógeme en tu mano y manéjame, úsame, entretente conmigo, haz lo que quieras. Utiliza mi vida para tu diversión, llora en mí y tírame luego a la basura. Haré lo que tú me pidas, me ataré a una cuerda y me dejaré tirar. Asumiré un bozal que me impida hablar y sufriré anclada a unas esposas y dos cadenas que entorpezcan mi caminar.
Ódiame. Quema mi bucólica vida de desprestigios y sueños de ladrillo que se desmoronan en la pared. Escupe en mis sonrisas negras y hasta arriba de ceniza, ahoga todas mis lágrimas para que nadie sepa que lloro.
Disfrázame de aire y hazme cometa para dibujar en el viento. Viola mis ojos y fóllatelos hasta un placer orgásmico a las cuatro de la madrugada, y luego, abandónalos desnudos entre contenedores borrachos.
Átame al tronco de un arce y dejáme morirme en flor, y salir capullo sin cáliz y sin vestidos de hojas y lunas llenas.
Desnúdame más allá de lo terrenal, y expón mis miedos en carteles de papel de regalo por todos los tejados de la ciudad.
Hazme dormir en cama de ascuas, y acuéstate a mi lado barnizado en escarcha y hielo; y juega a enfriar el fuego y a calentar el témpano. Sedúceme hasta la locura y rásgame los labios con un único beso. Vete y déjame hacer el amor con tu presencia y míranos desde la esquina, olvídate y vuelve para hacerme ver que no hago el amor, que el amor me hizo a mí.
No aceptes que salte a tus abrazos para abrir de piernas un deseo incandescente, y cierra mi boca con dos dedos que sueltan mis brazos al suelo. Sólo aprueba un onanismo ante tu mirada, no me des más.
Consiénteme el placer de enajenar tu razón por un grito de culminación en mis manos mientras tu indiferencia nace en tu palma, y te fuerza sin querer a masturbar un deseo.
Hazme cautiva de una cárcel del cielo, y sube todos los días a dormir a la luna mientras juego en los tejados con los gatos pardos.
Ponme grilletes y exhibe mis errores en un diccionario de disparates. Recuérdale a todo el mundo mis mentiras y oblígales a mirarme con desprecio y soberbia.
Mátame de vanidad y cólmame de orgullo.
Desbórdame de neutralidad, y pasa por mi lado sin mirarme todos los días. Atraviésame con la mirada y dispárame a bocajarro.
Omite aludir a mi nombre, y otórgame un número de serie. Ponme en fila detrás de los cacharros de cocina, el diván, y los papeles del escritorio.
Hazme fotos con una Polaroid 95, y revela los negativos a la luz del sol para matar los espectros de mis sombras, y que se pierdan en la historia.
Mata al pianista.
Cruzifícame en un alambre. Envuélveme en mimbre, y hazme collares de celdas de uranio.
Haz mi corazón con el plástico de un paquete de tabaco, y colócaselo a un espantapájaros en el lado derecho de pecho.
Escandílame con el fuego fatuo de una bomba incendiaria. Taúame en la sangre un reguero de palabras malsonantes, y señálame en mitad de una plaza abarrotada como alguien que nadie aconseja. Una mala compañía.
Humíllame llevándome a gatas por las aceras, con un lazo al cuello y un candado en el pecho.
Pégame un tiro en el estómago.
Escíbeme una canción.
Hazme un funeral, y cántamela.
Deja que se acabe el disco, y dale la vuelta. Ráyalo.
Mátame.
Mátame.
Pero nunca.
Nunca.
Dejes de existir.















enc.

jueves, 8 de octubre de 2009

Me ha dolido verte, y no debería haberlo hecho.
Nunca entenderé porque si ardo en avidez por tenerte cerca me destripa tanto el interior cuando lo hago.
Se me desboca el trote pletórico de ansias del corazón cuando es tu olor y no es tu cuerpo. Cuando te intuyo y no te ubico.
Cuando te dibujo a boli azul, y espero que cobren vidas las temblorosas rayas del papel para que camines a mi lado.
Nunca sabré el motivo plastificado que llevo en el bolsillo por el que salgo a la calle sólo para esperar cruzarme contigo. Y no lo entenderé cuando creo verte en cada rostro de la gente.
Reconozco que paseo el móvil a todos lados por si suena tu llamada. Y reconozco que es profundamente desolador oír una voz que no es la tuya.
Acelero el paso cuando traspaso la puerta para llegar a la boca de un buzón que aborrece mi mirada, de verme día tras día, para de nuevo como platos tapar mis ojos la luz que penetra en el tragadero, y cerrase abatidos al hallarlo vacío.
Temo estar contigo y mirar el reloj, me da pánico el momento en que digas hasta otra. No puedo soportar verte ir, y no puedo soportar quedarme estancada entre viandantes que caminan con prisas, ajenos al eclipse que se produce ante sus cegadas mentes.
A veces de tanto imaginarte pierdo tus rasgos, y un horrible miedo me acecha bajo las visagras de las puertas, como una sombra a la espera de la extinción de la luz.
De tanto soñarte confundo realidad y vigilia, una vaga idea que cobra vida cuando parpadeo y fuerzo el pensamiento a una verdad endeble, que se despeja como neblina en mañana de invierno para dar paso a un turbador abrazo helado, que irradia aliento gélido.
En los libros siempre hay un personaje que está inspirado en ti. Me pregunto si es tu personalidad el producto de mis tantos delirios de alcohol, y veo entre el humo de una hoguera lo que mis manos quieren tocar para caer en la cuenta que no son más que volutas de un escuálido escritor. Que inspira personajes en toda una carrera de sentidos y sentimientos, y que yo resumo en un nombre propio.
Me he dado cuenta que barajando las letras de la inmensa mayoría de las palabras sale tu nombre; y en el caso de que una letra falte en su lugar, es posible resolver el puzzle rimando la palabra más bella con aquella. Y saldrá tu nombre.
Es tarde de octubre, y llueve en las calles. Su gotear me suena a música y canciones. Y de pronto, encuentro sentido a todas aquellas que de mediocres fueron indiferentes a mis gustos, pero siendo éstas predilectas y encantadoras para tus sentidos del corazón, he amado todas ellas; y de todas ellas entre los ecos oigo tu voz cantando mezcladas con las gotas de lluvia.
He sentido tu calor muy lejos, pero me ha calentado el alma, y he recordado unos brazos que mecen una cuna de niño chico.
Me siento débil, presa de una cobardía arrolladora, pero en realidad, quiero sentir dolor para que seas tú quien me cures.
Me ha dolido verte, y no debería haberlo hecho.














enc.

lunes, 5 de octubre de 2009

Me revuelve el pelo y me dice:
-Niña, ¿dónde vas tan tarde?
-A buscar estrellitas al cielo. He leído en un libro que cada lucero es la titilante vida de alguien que en la tierra se apaga.
-¿Y cómo piensas subir a los cielos?
-Caminaré mucho tiempo.
-Llegarás a los lindes de los siete mares, y no hay barcos que zarpen en la noche.
-Entonces me extinguiré poco a poco, y así subiré al firmamento. Me haré cometa errante.
-No puedes hacer eso, niña. Eres muy pequeña para apagarte.
-Quiero subir a las estrellas.
-Pero, ¿para qué?
-Para buscar la luz de mis ojos.
-La luz de tus ojos viaja contigo. ¿Ves?, tienes los ojos más bonitos que yo haya visto jamás.
-La luz de mis ojos no la puedes ver, se murió.
-¿Cómo...? No es posible.
-La luna es la madre de todas las estrellas de la noche, y las acoge en su regazo cuando vuelven de brillar en la tierra. Las estrellas nacen en las personas, y suben al cielo cuando éstas mueren.
-Pero tú no estás muerta.
-A veces dos estrellas se unen, e irradian un mismo destello. Cuando una de las dos se apaga, la otra asciende tras ella. Voy al cielo a buscar mi estrella.
-Hay millones de estrellas, no la podrás hallar.
-Entonces me quedaré allí, vagando entre las noches, cuando se dejan ver. Me quedaré allí, hasta que un resplandor me arrastre junto a la luz de un lucero. Volveré antes de apagarme, y podré decir que muero... por una estrella.














enc.

viernes, 2 de octubre de 2009

Dices que no entiendes cómo puedo llorar, si no me das más que sonrisas. Dices tanto... y yo callo todo. Dices miradas, que, transparentes, me desnudan. Dices que no entiendes nada, pero se hace todo ante la inmensidad del vacío.
Me encuentro y hace frío, y a oscuras deslumbra una vela que tirita por la ventisca que se arremolina.
Bebo café caliente, pero no me sabe a café. En los posos me creo pitonisa, y me imagino una verdad que no lo es. Mientras escribo, intento con un boli seco dibujar un muro de papel, con la esperanza de que un rayo de color lo derribe.
Te he mirado a los ojos, y he esperado hallar un ligero cosquilleo que nunca llegó.
He esperado en la estación, bajo el angustioso galopar de las agujas del reloj, para ver asomar el faro de un tren sin parada. Desinflada, he cruzado la secante de todos los raíles, y he caminado a ciegas por las vías. En pos de una máquina de vapor que siempre abandonaba la curva cuando levantaba los ojos y apretaba los puños.
Con las yemas de mis dedos, despellejadas y brotántes de sangre, he intentado subir cada peldaño de la escalera. Pero siempre había uno nuevo que se interponía en el asalto. Llegó un punto que me abandonó el oxígeno, y decidí darme por vencida.
He parado en cada cala donde el mar linda con la tierra, y he guardado granos de arena de todos los tamaños. Cuando tuve el cuerpo barnizado de ellos, decidí hacer un castillo.
Construí un castillo de arena inmune a las aguas, pero por cimientos usé todos los vientos.
Decidí entonces, no perder la esperanza, y para ello compré con sudor ocho botes de pintura verde.
Pinté con ellos mi cuerpo, pero el sol siempre me acartonaba, y acababa la noche por descarnar en sus zarzas mi piel escarlata. Tizné también los espejos y cristales, para no ver más que glauco allá donde buscase mi reflejo. Pero acabó la rabia con el vidrio, de tanto golpear a un reflejo de pena.
Y, a pesar de todo, decías que no entendías. Me dí cuenta que te cegaba una gasa la vista, de color negro, y que así todo lo veías.
Con dedos temblorosos, me dispuse a deshacer un nudo de catorce cotes. Me miraste entonces las lágrimas de perfil, y me preguntaste, desconcertado:
-¿Por qué llevas una venda en los ojos?














enc.