miércoles, 30 de marzo de 2011

Que te hable de una canción o de un libro. De un párrafo o de un verso. De una playa o de una mirada. Que te diga si prefiero a Chinaski o a Caulfield.
Las historias que hablan de amor o de lo que viene después. Eso que nadie nombra y por lo que todos escriben.
O que te diga qué es el amor. Una breve introducción. Directa al corazón.
No sabía cómo decirte que si la luna, las estrellas o su cuerpo. Que si la ausencia repleta o el vacío agobiante. El sudor frío o las lágrimas de alegría. La guitarra de fondo, o el cine de silencio entre los dedos tensos. Que si su boca, sus ojos o su caminar. Las mañanas, las noches o las horas muertas. El tiempo o el espacio. Los miles de mapas sobre los que correr ciudades, las risas tontas, los miles de conciertos en la arena, los bailes desparejados con la canción. Esa canción. Las prisas, los llantos, las esperas. El miedo, el pinchazo, el redoble de tambor. Las mariposas. Las famosas mariposas.
Que si las fotos, todas las fotos. Su camiseta, el olor de su camiseta. Tu mechero y sus caladas. Aquel día. El sol. Su piel. El lunar de su cuello. Cada poema en la mesilla de noche, cada tarde en el parque, cada llamada de madrugada. Todos y cada uno de los besos. Y de los arañazos. Y del costado en cabestrillo. El pintalabios en el espejo, la ropa por el suelo. Su sonrisa. Sin duda, su sonrisa.
Que sí. Que elijo entre McCandless o Moriarty, entre Robe o Kutxi, entre Tyler Durden o Derek Vinyard. Entre Amèlie o Sophie Kowalsky, Quique o Iván, la Maga o Ignatius Reilly.
Pero no me hagas más preguntas. No me preguntes qué es el amor. No me hagas más preguntas que no te sepa responder.














enc.

domingo, 20 de marzo de 2011

Fumemos en paz como si nos fuese la vida en ello.
Afuera se hizo la guerra pero tu cama es metralla a mi cuerpo de cera.
Vienen por nosotros pero nos da tiempo a terminar de amarnos.
Por si aún no hemos empezado.
Ráyame tu poema favorito entre un brazo y el bazo.
Lámeme del cuello al extremo del verso, a la punta de mis dedos.
La luz arde en la noche y se oyen misiles cerca de tu pecho.
Coges un papel y escribes mi nombre.
Yo lo arrugo y lo hago volar.
Me miras. Me besas. Me miras. Me besas.
Me miras.
Una bala te despeina.
Comparto tus besos con una botella.
Ella gana. Siempre gana.
A la muralla.
Ahora te ríes de mi corazón coraza.
Cuando te bailan las balas mientras apagas la llama.
Una impacta y te sacude las entrañas.
Me besas.
Te miro.
Me besas.
Te beso.
Te miro.
Te beso. Te beso. Te beso.
Te miro.














enc.

jueves, 10 de marzo de 2011

Podemos empezar por bailar.
Con las sombras de las utopías.
Con los cuerpos desnudos de las vergüenzas ajenas.
No vaya a ser que empecemos a amar la certidumbre
de sabernos egolátricos del espacio que respiramos.
También podemos empezar por callar.
Por si nos oyen detrás de la realidad
y nos fuerzan a despertar de la verdad. De nuestra verdad.
O podemos optar por soñar en la misma almohada y anudándonos cada dedo.
Pero yo prefiero vivir.
Que nunca se me dio bien necesitar, y tú ya alcanzas límites insospechados. Vas demasiado rápido y chocas, chocas, chocamos, choco. Maldito muro de verbo.
Y tic tac y tic tac y tic tac.
Por un arma blanca te decantas. De doble filo y doble cara y sale cruz. Y de pronto te pones a rezar. Dong. Dong.
Te dije que mis cenizas las quería para el mar, para que se las llevase el viento de la luna, o para que las secase la luz del crepúsculo otoñal. Acaso me hiciste caso... elegiste el ocaso.
Y yo ya no estaba a tu lado. Lo estaba el polvo de mis huesos y los esqueletos de los besos que nunca te di porque los convertí en versos. Y tú hacías tic, tac, tic tac, con la boca una mueca mientras una muesca te roía el corazón.
Y ahora llora y di que me añoras y que no eres capaz de sacar mi ponzoña.
Es tarde. Van a replicar las campanas. Dong. Dong. Lanza la moneda. Siempre sale cruz.
Tú respiras y yo te anhelo. Tú como el sol y yo en clave de fa.
Por si acaso voy a pedir una estrella fugaz. No quiero un deseo. Quiero una estrella fugaz. La cáscara de la razón o las vísceras de la pasión.
Vayámonos. Empieza a hacer frío.
Pero ahora, ahora, quieres bailar.
Réquiem por vos, rapsoda amado.
A vos, que hiero tanto.














enc.

viernes, 4 de marzo de 2011

Se quiso beber cada gota de tu ácida piel. Quiso no ser un fracaso y dos victorias. O dos aciertos y una derrota. Pedía ser un hombre y un rostro, unas manos amadas por la mujer que le quemaba. Como todos. Filosofía barata, de garrafón y noches sobrias; y algo de azúcar por eso de endulzar el alma. Pero todo eran drogas duras: el amor, sus manos, el vaso. Y es que era un crápula y siempre lo había sido.
Siempre eso de quererse algo, de querer ser algo, de creerse algo. Como todos. ¿Tú qué pides? Unos, la pedirán a ella. Sólo a ella. Que si su olor, sus ojos o su sonrisa. O su perfume, también piden su perfume. Románticos enamorados de la luna, que le cantan versos que se les trastabillan en la garganta al volver a casa ebrios de soledad. Y entonces se acuerdan de ella, de la luna. No de la otra ella. La otra ella es para las mañanas de dolor de cabeza y llanto disimulado al pasar la mano por debajo de la almohada y no de su cuerpo.
Como todos.
Su caminar, su palabra suave, el lunar de su barbilla. Y el de debajo de la rodilla. Su letra puntiaguda, su blusa azul, sus maullidos de chica gato, sus ocho de la mañana de los domingos y su dedo en mi párpado izquierdo. Su lado de la cama. Y todo que aún no es suyo pero que puede serlo sólo si pongo "su" delante de su nombre.
Y se pasarán horas mirando por la ventana y fumando sin parar contándote hasta la última tonalidad de su amarga piel. Y qué. Como todos. Como todos los que aman y que difuminan su gris existencia de desprestigios y errores con su nombre. Pues sí.
Y ya no hablan de la muerte porque no la conciben: están con otra mujer. Ni del dolor: en su cama sólo caben dos. Ni del dinero: desnudos no hay donde guardarlo. Ni de la rabia, del sinsabor, de los bares de copas en la barra, de las tres de madrugada ante la televisión, del buzón que sólo recibe polvo y de la comida para uno. Hay que agrandar la habitación, el salón y el corazón. Ya no vives solo y la cama está siempre revuelta. Como todos.
Como todos.
Todo el cristal es rosa y nunca llueve y todos te sonríen por la calle. Ya sabes. Que si felicidad.

Como todos, o ya no sé si como nadie, pero seguiremos pidiendo. No vaya a ser que seamos felices sin darnos cuenta.














enc.