sábado, 1 de septiembre de 2012

De las cenizas no se resurge a menos que arda en polvo y se quede pegado a la piel, con ese olor a pólvora que recuerda a viejas batallas y a pronfundas heridas de bala en las costillas. Volver a caminar es afilar de nuevo el cuchillo y cargar una vez más la recámara de ocho balas y una de aire. La que más duele por mucho que digan del acero.
Lo mejor de la emoción de todo eso, de la mano en tensión abrazando una pistola o un lápiz, qué más da, es la locura que antecede a la calma. El fuego corriendo por unos brazos que danzan solos, al son de unos pies que resuenan en la cabeza de la música y su ritmo, del tintineo del reloj o de las jotas alargadas que perfilas en las esquinas de los poemas que echas a volar.
Bailar al son de un corazón que late por pereza, alcohol o casualidad. En realidad qué más da mientras lo haga, si los besos saben igual con amor o con cerveza. Dejarnos llevar por las noches de verano pero patinando en las noches eternas, dejándonos caer en los bancos de los parques donde los corazones se superponen y todo es abstracto y está del revés.
Como nuestras bocas besando humo a dos centímetros de distancia.




















enc.