martes, 3 de diciembre de 2013

Diciembre es el alambre del recuerdo de aquel invierno, los héroes en busca de las princesas sin tacones, y los corazones fríos guardados en el fondo del frigorífico. Detrás de la lechuga y la tabla de quesos.
Qué manera de girar la rueda, con la pastilla de freno silbando de vez en cuando, como queriéndose detener dentro de poco. Como un reloj de arena que revienta contra el suelo formando playas y playas y más playas, con el mar demasiado lejos en el horizonte.
Pero es que son los mismos pájaros y el mismo cielo, los mismos bolígrafos que escribian hasta descarrillar, los mismos choques frontales y los mismos parones en seco. Las mismas hostias contra el cristal helado y el vaho dibujando tonterías hasta las cuatro de la mañana. El mismo amor a contrapelo arañando tras la oreja mientras ponemos una mueca de asco.
Yo no quiero más diciembres descoloridos y oh qué bonita la navidad. Qué bonita la gente, qué bonita la ciudad. Qué bonita la calle y una mierda, si ya no me cuelgo de tus brazos como girnaldas de un árbol que se quedó en otoño. Las calles me saludan y se rien entre dientes, pero joder qué frío hace y yo solo pienso en los cines y en los parques que se quedaban vacíos pero llenos de sombras que nos hacían compañía.
No voy a fumar hasta que mi pulmón me vuelva a gritar que necesita de tu aire, a ver si así soy tan valiente de hundir la cabeza en el agua y nadar a contraluz. Por eso de que se hace de noche mucho antes, nada más.
Que a mi diciembre me importa una puta mierda. Que son solo nueve letras y treinta y un dias de cerrar los ojos y decir bajito a mí que me vengan a salvar pero que sea en primavera.






















enc.