viernes, 31 de diciembre de 2010

Llorar para no sentir solo un calendario,
el paso de los días,
el lejano golpeteo de unas gotas de lluvia
en una sombra de uralita.
La base del estribillo.
Y el grito de una guitarra.
Para qué callar
si los gestos hablan de más.
Las navajas de luna,
que se clavan en las noches
más agrias
con sabor a ausencia.
A la soledad de tu estela desapareciendo,
perdiéndose en las calles que te tragan,
en los coches que derrapan,
y camuflan tus sonrisas desde la esquina.
Háblame de poesía,
que no sé lo que es,
llevo sin saber como quien bebe sin sed,
sin ansia ni deseo
de unos labios etéreos,
de un vacío existencial.
Nunca la palabra había tomado significado,
sentido,
verdad,
realidad.
-¿Qué palabra?
La que ahora me trabas
porque desde tu halo de sensatez impones que me trabe,
desde tu aura de magnificiencia
que me turba y me idealiza
una realidad gris y lúgubre.
Taciturno el día que muere y con él el párrafo.
La última gota del vino con el que brindamos.
La última nota del vals que bailamos solos y rodeados de todos.
El último beso que sabía a coma, a coma de enumeración y de dos puntos.
De comienzo y de inspiración.

-Pero, ¿de qué palabra hablabas?














enc.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Un polizón en mi cabeza no deja de golpear las paredes. Dolor incesante a la altura de la mirada que intenta huir por unos ojos cerrados. De unos ojos cerrados.
Amor con hache porque en mi idioma sólo hablo yo, yo y el viento que me besa y me mece y me arropa por las noches cuando no hay despedida. Te vas es un desliz, es un suave descenso que se sumerge sin salpicar gotas de agua al crack de tu ausencia; al torcer la esquina de tu sombra intermitente, rozada por una farola que palpita cual mariposa de enamorado enjaulada por las palabras.
Las cosas que nunca te dije... contigo parten a un lugar remoto, fuera del alcance de mis misivas en aviones de papel. Que llueve y calan los huesos, que llueve y yo lloro y no soy impermeable.
¿Personal? No. Nada es más personal que tenerte enfrente, enfrente y respirarte. ¿Y esto qué es? Una bonita utopía de incesante dolor de cabeza que aumenta el ritmo, frenético desengaño que vuelve cada primavera cuando salen a pasear los propósitos de año nuevo. O los despropósitos.
Y qué. Y qué. Que me gusta arrancar pétalos de uno en uno y tirar guijarros a un espejo de agua, que devuelve un reflejo y un guiño de la luz del sol.
Hoy no es primavera pero como si lo fuese. Pero en primavera no me duele la cabeza ni es viernes. Y hoy lo es y no calla el martillo.
¿Medicina? 500 gramos diarios de sonrisas sumisas. Sin receta.














enc.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Noches de viernes y cuatro copas y una soledad.
Ningún principio y mucha ingenuidad, un reventón y un pistolazo, el edén de un espejo que cruje a portal de madrugada, a paso descompasado y equilibrio borracho. Arañazos en la piel que no se ven, cual escozor impuro en la madrugada de junio y un sol pálido que juega al escondite.
Y déjala que entre, que ya llega, la maldita musa que inverna a placer y se deja caer por los tejados a dos aguas, que vaga entre letras y se posa para verme caer, allá abajo; entonces realza el vuelo y con un soplo de lluvia gris desliza su manto de lágrimas, que no la vea la noche y no le cante al alba, que el reloj le marca tarde y un minuto, el retraso del doblar la esquina y de la casualidad que nunca fue casualidad.
Alguien siempre es nadie. Vacua la espera que acaba en tragedia al ver un horizonte plano y blanco, inmenso y mínimo a la luz de una rotura, de un breve quejido que suena en algún lugar del piso de madera donde pasamos las noches y las duermevelas. No son las vigas ni es el viento que se acerca a cantar fandangos, ni música que gotea por los gemidos lastimosos y algo errantes, que se alejan por las dunas fangosas de desierto cálido y de frío color apagado.
Y una ventana que abre al cielo en su plenitud, en su brillante azul doliente, en su sangrante deseo de ciclo y avance; pero siempre las mismas nubes, el mismo sol cabrón que deslumbra cuando no debe y enmudece a su placer caprichoso.
Hoy estás y mañana nunca existirá, viernes sin jueves y nunca más, la última copa nunca dejó de ser la primera de un llanto incontrolable; la primera calada que te hace toser y ver neblinas a tus pies.
Acuchíllame un beso que no sabes si luego me desvalijarán las entrañas, pequeño soñador iluso y perdido en las chimeneas de humo, ingenuo caminante que un día cualquiera a una hora cualquiera de un diciembre cualquiera, cruzó sin querer su palabra con una mirada que vagaba.
Y quién no vaga, amigo, y quién no se deja arrastrar y caer y caer y caer.
No se cierran puertas, se entornan perspectivas de un futuro esbozado. Ya no tatuado en el antebrazo izquierdo. Y me callo porque nadie escucha, y si lo hace que se acerque, que venga, que al oído suena mejor; al oído y a la piel, que tiemble y que se estremezca, producto de un escalofrío de verano, una onza de escarcha que llevar en el bolsillo. Que arda que sólo somos fuego que nunca se apaga.
Allá abajo, en el subsuelo, en los bajos del dolor, también hace calor, amor. Pero déjalo entrar que te está acribillándo el salón y las sillas ya vuelan por el balcón, y sin casa no se ama que no hay guarida para las noches de lluvia, manta y silencio. Silencio del que habla sólo y locuaz, el que te calla y te emboza las palabras para que ningún ruido mate la magia de una ciudad en llamas y dos corazones haciéndo el amor.

Siempre pensé que Titanic era una cursilada. Pero a quién le importa ya.
















enc.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana.
Vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y maliciento
que en sucio polvo dormirá mañana.

Si muero hoy qué callé,
que no dije,
y qué se aleja tras de mí.
Vaho y tormenta que aflautan
las voces de los fríos
para ser menos fríos
entre las manos de un amor
cada vez más amargo
y cada vez menos amor.
Letargo
de una noche de princesas
de cuentos y nanas,
de párpados caídos y sonrisas incipientes.
El miedo,
y ese corazón coraza,
esa loriga a cuestas
y a rastras.
Ese peso incandescente,
leve,
que eleva la voz como lo hace el alma,
pero no,
y no,
sólo la voz,
la que se traba, la que se queda en la garganta,
el resto, los restos
huesos de besos
lo dicho
lo por decir
y lo que nunca
lo que todo
se comió el miedo.
Cada vez más nada
más llena de todo
de una plenitud que no rebasa,
de un idas y venidas
de una ida,
y ninguna venida.
Que te espero
que te desespero
en una estrofa, en una película en blanco y negro
en un desgarro de guitarra, en un grito tendido al viento.
Baila, con mi miedo.
A mí, se me enredan los pies.

Que el poeta en su misión,
sobre la tierra que habita,
es una planta maldita
con frutos de bendición.















enc.

martes, 7 de diciembre de 2010

Acércate y pregúntamelo al oído, suave y dulce, lento, desliz y seda. Si se me acabarán algún día las palabras. Si gastaré los verbos. Si se parará el reloj, si no habrá más besos en la última fila del cine, si dejaré de tenerte por aquí dentro.
Ni lo sé ni lo quiero, cuestión tras cuestión, intolerante empirista que me fuerzas a probar la carne una y otra vez, a vertebrar pentagramas que suenen afinado, o sólamente a dejar caer por la comisura de mi labio un alambre de sed. No te miento más que cuando te dejo marchar con un pedazo de papel y alguna palabra escrita. Fruto de una improvisación etérea, un fugaz destello que brota sin semilla, que se evapora como el perfume de una noche de verano donde nos besábamos a la orilla del mar. Todos tenemos un plural. Somos en plural, ni soy ni eres, ni vas a dejar de ser porque abandone mi capa de inmundicia y te destroce la piel por dentro y por fuera. Me recordarás, y no hay nada más que le duela a tu olvido.
Yo soy tu olvido y tu visión borrosa, la pérdida de mis rasgos. Si mis ojos negros o ámbares, si mi sonrisa torcida o mi letra curva. Hoy estamos porque somos, siempre sibilante al final, siempre una bajada leve, siempre ante el punto o la resta.
Que si me quedo sin palabras. Negarlo y mentir, qué más da, una más, una menos. El cruce de infortunios, el cúmulo de lo dicho y de lo dicho por no decir, cuando me paro y parpadeo sin tiempo a más; qué soy. Yo petulante y profeta, yo sagaz y el miedo, yo hiriente y el sentimiento. Yo tu imagen en un espejo a tu medida, azul cristalino y de fondo marino, un ideal de reglas a cumplir, un mandato y una orden, un esbirro de un idealismo, una marioneta de hilos de telaraña.
El dolor de cabeza. La clave y el clavel, el hedor a dolor, dos y dos cuatro, acción reacción; matemáticamente menos uno, todos enlazados conforme a un tronco de madera circuncéntrico, añejo sin ron. No da para más y llama al silencio, que pase y que se acomode, que se deje ver, qué guapo, cuánto ha crecido. Hijo de un llanto o de un gesto de la mano, de la pérdida de visión o de la pérdida del norte. Hoy boca abajo, todas las lunas para ti, para mi tiene siempre el mismo rostro. Ya no nos amamos.

Claro que me quedo sin palabras. Lo que pasa es que tú siempre me ves afilando el arma.















enc.