sábado, 24 de septiembre de 2011

Allá al norte, donde las nieves y los fríos, más allá de aquel diciembre en las calles de Berlín y en los puentes de Praga. Allá donde se pierden las tardes de café y cerveza fría por las noches, las terrazas de humo y risas a cuestas con dos libros. Más allá de todo el cine y de todo parque de madrugada, de los fotogramas e instantáneas de un nos vemos y un abrazo. Quedamos a las cinco y llego tarde.
Pregúntame cómo me va. Qué tal el otoño por aquí. Cómo caen las hojas en el paseo, cómo empieza la luz a jugar con nosotros. Si hemos cambiado. Si te echamos de menos. Si pensamos en ti. Si nos equivocamos al marcar tu número.
Dime si he conocido a alguien, que tú siempre has leído más y mejor que yo. Dime que estoy haciendo el idiota y que eso no está bien, o que no pasa nada, que aquí estoy yo. Dilata el tiempo en un último Fortuna quemándonos los labios, en una última risa y en un nos vemos pronto. Pero qué más da.
Volveremos. Más viejos y más cansados, más corroídos y con más brillo en los ojos. Como a aquellos veranos con música de fondo, alguna ciudad maldita que nos ve hacernos fotos. A aquel bar homérico.
A donde quiera que llegues. La luz de la noche es la misma en todos los cielos.

W.













enc.

martes, 13 de septiembre de 2011

Vuelvo a mirar atrás y me revuelca por el suelo una arcada de deseo incandescente, de ganas de salir y gritar que me importa una puta mierda. Pero caigo en ese pozo sin fondo y oscuro, obsceno y giratorio que me marea y me arranca la cabeza. Maldita droga de aire que encharca mis pulmones de tu aliento.
Me dicen por la calle que el mar ya no folla con mi luna, que mi maldita musa duerme entre el polvo de mis huesos. Ironía hiriente y mucha euforia entre los capilares de mis dedos. Búscame en el fondo de la botella, en los bares donde mueren las penas y donde sonríen los desalmados. Este no es mi mundo y nunca lo ha sido. Tú, poeta de heroína y héroe de mis cigarrillos de madrugada, pintas con un cuchillo en mi piel la poesía que no quiere salir por mis ojos.
Dime que no cuando mires hacia abajo, avergonzado de lo que soy y de lo que nunca seré. Idealízame, que no haré de tu rezo mi renglón. Alza los brazos y busca ese beso que sabe a Bukowski, a la Niebla de Unamuno y al dulzor de Benedetti. Y después de creer en ese credo vestido de noche, en esa mano recorriendo tu espalda y erizando hasta el verbo de lo nunca escrito, que entonces la aplastante realidad te chafe contra la pared y te muerda el cuello hasta desangrar tu negra poesía. El desnudo de la piel es la palabra tibia y los ojos color oscuro.
Tú sabes que amas toda la literatura de detrás de mi oreja y los fotogramas que me inyecto en vena en la hora bruja. Yo amo el olor a quemarropa que desprende el caos que provocas.
Somos dos mendigos del alba. La diferencia es que mi madrugada siempre llega antes que la caída de tu sol.














enc.