domingo, 13 de enero de 2013

Borrar y reescribir en esta rutina de un no parar, de un vaivén que nunca vuelve aunque siempre me creo más cerca de lo lejos que se ve. Pero vamos a ver, ¿cómo escribir tanto tiempo y tanto lugar? Si no hay aquél por el que beber y desvivir y poner a derretir la tinta de una pluma que no quiere coger vuelo. Aun cuando me dejo llevar me arrastra a ras de suelo y me dice que mire en los huecos, que allí siempre hay lleno aunque me detenga a respirar y no encuentre aire porque está intentando levar las alas y clavar el ancla.
No recordaba el sabor de la terapia y su ácida dosis de metamorfosis, de grima en los dedos que se sobresaltan al mirar el paisaje desde lo alto de la atalaya y "qué bonito se ve lo que se reconoce pero no se recuerda, o se recuerda pero no se quiere volver a reconocer". Y así, sumidos en un no me mires a través del cristal de la ventana, revelamos fotos veladas del brillo del vidrio que a veces es iris y otras solo pupilas encarnadas; a veces reluce cual grito de una cerilla que corre chupando mi aire pero es humo de nuevo y de viejo: de lo que fue y sigue siendo pero ya solo se es en otros derroteros.
Y me gusta esa palabra, "derroteros". Derroteros de la batalla y desterrados de la victoria, como si alguna vez esto hubiese sido ese campo de sangre donde vender las venas al mejor postor de una subasta de dos. Mi propio corazón que lucha por sus andamios y el corazón de aquél que echa de menos su vendas. Y esa es la realidad. La irreal relevancia de que ganar o perder se basa en mirar a través de lo que se deja ver, lo que mostramos a través de un juego de naipes donde cada carta es una navaja afilada con la que sacar las entrañas. Y así, sin dejar tiempo al tiempo, corre el sudor entre los huesos que entrechocan por volver al camino y ascender a base de besos al viento, de robar caricias a la cima para que se porte bien y nos eleve aún más alto.
Es por ello que apenas decaigo más que lo necesario para curar la herida. Y en ello estamos hasta que alcancen de nuevo las sombras y se lleven, de nuevo, la luz a allá de donde nunca debió de salir, y de donde de cuando en cuando logra asir un hilo de oscuridad para volver a ser lo que siempre fue: el pozo sin fondo de un loco que nunca cierra los ojos.





















enc.