miércoles, 3 de diciembre de 2014

A veces garabateamos frases inconexas e inconclusas en trozos de papel que arrancamos de a saber dónde y de quién. Y escupimos, medio a escondidas, la astilla que se nos clava en el costado y que nos hace caminar medio torcidos, como buscándonos las cosquillas con muy poca gracia. Y lo que queda son fragmentos o cristales o algo así, que de pronto encuentras cuando no buscabas nada y entonces se te va el corazón a la boca y a la herida y a los ojos. Y joder. Nos creemos libres de sentimientos vomitándolos en una cuartilla mal doblada, que aparece sin más (y con menos) meses después, dándote una hostia y cortándote el aire, diciéndote, "eh, tú, sigues siendo la misma idiota que se cree que por cerrar los ojos y echar las palabras a volar no van a volver" . Como si no volviera diciembre. O como si el tiempo olvidase la nos(osotros)talgia.

Aquí el tiempo no entiende de números, ni de pasos de cebra. No hay señales de ceda el paso, de límite de velocidad o de gire a la izquierda. Aquí se late en verde y en brisa peinando los dientes de león, mientas hay crucigramas de letras en otra lengua resolviéndose en el cielo. Aquí sobra quedarme en tu verano e incluso en tu regazo, en el vacío o en el desborde del cenicero que ha visto demasiadas noches en vela. Aún me gusta abrirme las heridas y arrancarme la costra, a ver si así vuelven los fantasmas a dormir a mi cama y vuelvo a enamorarme del espectro o de tu esqueleto. A ver si así consigo romper los papeles y dejar de pensar que las cicatrices son solo raíles de un tren con parada abandonada.
Aquí soñar se paga caro por aquello de las aduanas y del tráfico de minutos goteando por las madrugadas. No sé por qué recurro siempre a la certeza de una lejanía que me sabe tan a cerca, o por qué no termino de dejarte ir o de buscarte entre los gestos de la gente que me mira como poniéndole título a mi propio drama. Recaliento entre las manos las ganas y las lágrimas de que aparezcas por mi puerta, o que gires la esquina como buscando el letrero de mi calle y te topes de casualidad conmigo. Vengo por ti, o aún no me he ido, en esos ojos que todavía me abrasan la garganta, y que me desnudan tan a bocajarro como la piel ardiendo en un diciembre eterno. No importa que estemos a mediados de abril, que mañana sea fiesta o que maldiga el tiempo que pierdo desgarrando el papel como forma inútil de echarte a volar. Quizá lo único que quiero es la llave de las cadenas o los grilletes para anclarme en otra celda que por lo menos me cambie el paisaje el dieciséis de cada mes.

                                                                                                                     T, abril2014.




























enc.

domingo, 26 de octubre de 2014

Hay tantos simulacros
hoy aquí
que he aprendido a bailar
con todos tus incendios.
Y cada vez me queda menos
de mujer de hielo
que se deshace por los ojos.

Hay tan poco mérito
en aprender a volar
que el vértigo es solo ya
otro lugar al que llegar.

Al igual
que todo acaba reducido
a lo mismo:
a domingos colgando de los dedos
enredando heridas cosidas
como quien teje nubes
sobre nubes
sin saber si quiere que no pare de llover
o que no llueva nunca más

Al final
lo que queda es eso:
un chándal de ausencias
con el que salir a correr
un domingo más
huyendo de nostalgias
que te besan los talones
o la boca
mientras sudas y lloras y llueves
y dejas de dar vueltas
al mismo puto círculo.
Como si el último domingo del mes
fuese a aparecer una esquina.
Por eso
de cobrar por adelantado
lo que nunca se queda atrás.

























enc.




sábado, 27 de septiembre de 2014

Hoy no salen vuelos hacia Nunca Jamás. Ya no aceptan manos vacías, pies llenos de barro. Rotos o descosidos en los dedos. Trampas en las palabras, quizá. Sobran intenciones, faltan certezas. Me faltas tú aquí. Y eso sí que es una mirada en el espejo a las dos de la mañana. Dónde vas, vete a dormir. Deja de mirar la pantalla. Deja de dejarte caer por la ventana, como si al fondo hubiese mar o arena o promesas a medias a punto de cumplirse o un no me esperes más, que estoy llegando o quizá solo una luz tan brillante que dormir acabe por ser imposible.
O tan solo unos dados lanzándose mutuamente para ver quién dispara primero. A la mierda con la autodestrucción. Con los poemas salvavidas y con las cuerdas del títere enredado en el pecho. Siempre habrá alguien que lo hará mejor. Salvarte. O no. Igual las palabras llenas de manos acaben por estrangular la necesidad de gritar, y quizá así todo vaya un poco mejor. Medio ahogados pero ahorrando aire. Tres minutos más de vida y silencio. Quién dijo que esto cosía la piel. Quién dijo nosequé del tiempo y la distancia y la ausencia y la necesidaddenada y el quererdetodo.
Claro.
Y una mierda.


























enc.

jueves, 26 de junio de 2014

Me preguntan las heridas de mi labio que a ver cuándo coño voy a dejar de morderme las lágrimas o las legañas y salgo de entre las sábanas, que ya es hora de cambiar las balas de la recámara y coger otro libro de poesía. O de autodestrucción. Que viene a ser lo mismo. Aunque en el primero te ponen flores encima del ataúd. Servicio incluido. Como si eso fuese a hacer más bonita la soledad o quizá hasta parecer un poco menos puta cuando vuelvo a casa rebosando ron, a esa hora en que ni los relojes se acuerdan de cómo se hace el amor.
Y es entonces cuando me revelo y exijo días buenos, pongo en huelga hasta las ganas de querer -y eso de nunca perder la esperanza, vaya mierda- y me planto ante tu puerta, mientras intento encontrar entre mis bolsillos unas llaves que nunca salieron de tu boca. Y de pronto me asalta la certeza de que estoy hasta la polla de que siempre llueva en esta ciudad y yo quiero dejar de empaparme, quizá porque aún no he aprendido a contar naufragios o quizá porque si los cuento no salimos de esta ola contra las rocas. Luego me doy cuenta de que apenas levanto dos palmos del suelo en eso de querer bien, y que hay mucho entendido que habla de poesía entre sus piernas pero apenas saben desnudarle los dolores y arrancarle las espinas. Y así nos va, vomitando heridas por las esquinas al volver de borrachera, y tragándonos los fracasos por miedo a que vean que nosotros tampoco tenemos alas y que eso de volar solo funciona en la cama. Resbalando en una pista de despegue y cerrando bien fuerte los ojos al decir te quiero por si no se abre el paracaídas.
Así que que me perdonen los poetas y todos aquellos que quieren de verdad y de puta madre (por si no es lo mismo). A mí es que bailar con música me parece demasiado aburrido, y no tener un boquete en el costado que cada vez que lata pida letras me causa demasiada confusión. Prefiero tus idas y venidas y la gilipollez de pensar que algún día dejarás de des-aparecer, a la seguridad de unas cadenas y un candado colgado del cuello mientras nos ladramos al oído. Así tengo algo por lo que escribir.
Que aquí todos sabemos que la felicidad apenas ocupa páginas.























enc.

domingo, 8 de junio de 2014

Ya
queda
menos
para
olvidarte.
Aunque a veces haga rehenes entre revoluciones y treguas, y me siente a verme las heridas y a ponerlas guapas. Imagínate si odio las despedidas que empecé a decirte adiós en el momento en que soltaste el primer 'hola' entre dientes y tequilas.
Otras veces me abrazo los recuerdos, sobre todo cuando hay tormenta y en la cama apenas queda espacio para más lluvia. Entonces pienso que en realidad no tienes por qué irte. Que me gustan tus amagos y tu mochila al hombro, las veces que te cuelgas de mis ojos y te pasas los días colándote en mis palabras o en las caras de los espejos. Incluso, a veces, me gusta que te rías y me mandes a la mierda mientras cierras la puerta, dejando al eco acunar todos mis fantasmas y mis miedos. Pero vuelves.
Y yo ya no sé si quiero más vértigos o más recaídas. En realidad no quiero olvidarte, ni que te vayas; tampoco que te quedes, ni seguir recordándote entre la cerveza, los ceniceros, las camisas de cuadros y las pelis de Cronenberg.
En realidad quiero no tener que olvidarte, como si nunca hubieses pasado aquella tarde por mi lado y hubieses levantado todos los putos huracanes del planeta.
Pero lo cierto
es que ya queda menos
para olvidarte.


























enc.

martes, 8 de abril de 2014

Solo sé hacerme daño
cuando divido las noches
en dos partes
una que me lleva a ignorarte
y otra que se empeña en aullarte.
Y entonces ardo
quizá
esperando que vengas con todas tus olas
y tu arena
a enterrarme bajo tierra
o a apagarme
a dejarme sin cobertura
mientras tecleo y te veo
aquí a mi lado
como si no pensase
que verte de cerca es solo mirar cómo te alejas
o como cuando lloro frente a los espejos
y me río porque les miento
diciéndote que yo soy inmortal
que no estoy llorando
que solo es una forma más
de alargar el momento
en que por lo menos
estás tan adentro
que es más fácil
creer que este hielo
comienza a ser primavera
aunque ahí afuera
siga nevando
tan boca abajo
como este suelo
que empieza a patinar de agua
por todas las nubes
que no saben
alzar el vuelo.
Que echarte de más
solo es otra forma
de llorar de menos.
O viceversa.






















enc.

viernes, 24 de enero de 2014

Es cuando me sube la fiebre en plena guerra. Cuando me desangro por los brazos al compás de los semáforos; poca prisa y muchas luces a 120 kilómetros por hora y yo parada en el asfalto a tres grados bajo cero. Con mucha prisa y pocas luces. Y rebota en las baldosas formando olas en mar abierto, como si hubiese barcos fondeando o saliendo a lamer espuma en ebullición o arena que se seca entre los dedos de los pies. A mí es que me dan vértigo los bordillos de las aceras. También pienso en corcheas cuando veo los pasos de cebra, y la música solo suena en mi cabeza y eso que bailar nunca se me ha dado bien. Lo que pasa es que paso demasiado tiempo en las trincheras, y cada vez que salgo con bandera blanca a parar la batalla me encuentro con tus ojos en las esquinas de las avenidas, y eso sí que es metralla para mi escudo de hojalata.
En realidad es cuando hago de funambulista en los bordes de los parques, procurando no caer al abismo de tierra y acabar con las rodillas llenas de polvo y algún arañazo en horizontal. Y entonces pienso que antes era primero el polvo -en horizontal- y depsués los arañazos y luego el abismo al caer a la tierra. Y joder, me gusta más cuando la gravedad nos marea y nos suelta en la frontera: no saber si hacemos el amor o el amor nos deshace a nosotros, y saltar de un lado a otro sin parar hasta borrarnos la piel y las aduanas y que vengan a detenernos por tráfico de estupefacientes y por secuestrarnos la lengua sin ni siquiera pedir rescate por ellas.
Pero no. Lo cierto es que es cuando la noche se para y el silencio es tan oscuro como fumar a contraluz, mientras espero a los fantasmas que vienen a hacerme compañía, que lo de la soledad tampoco lo he llevado demasiado bien. Guerras hay en todos sitios, me cuentan, en cada portal hay una herida en el pecho y varios casquillos de bala en los buzones. Ya, les contesto, pero a mí el cartero solo me deja sobres con pólvora, por eso de que prefiero imnolarme sola a que me desgarren de madrugada y de imprevisto cuando vuelvo a casa extendiendo las alas. Que al fin y al cabo es mi guerra aunque aún no sepa por quién o contra quién, que al fin y al cabo mandarán a un sicario mientras abro la puerta de la calle a plena luz del sol, mientras saco las cartas del buzón y me limpio los dedos manchados de pólvora en la pernera del pantalón.























enc.

miércoles, 8 de enero de 2014

No sé lo que escribir
porque lo intento
y lo intento
y borro
y muerdo cristales
mientras te perdono
y me odio
me odio
porque
escribo
y todo lo que escribo
solo habla
de que me perdono
y te odio
te odio
porque
si no escribo
ni perdono
ni odio
qué me queda
solo cristales
hechos polvo
que ya no sé
si escupo
o los lloro
o son solo
los marcos
de las fotos
o los trozos
de los ratos
que gastamos
entre perdón
entre odio
y entre te escribo
me escribes
nos d-escribimos
o
nos des-escribimos.






















enc.