martes, 30 de noviembre de 2010

Baja la música, me decía. O no vendría conmigo. Tanto condicional que tumbaba la duda incorpórea, la ingenuidad y la ineptitud. Tanto condicional y tanta cadena. Un saxo. Y un silencio largo, acabado en si bemol.
Errante porque vaga y errante porque no hay acierto en sus tumbos. Errante la palabra que profana, afilada e hiriente, a una diana de humo que se disipa al mínimo contacto de una utopía bucólica. Errante porque tropieza y tropieza y tropieza y se pierde.
Ya no me condicionaba. Ya no vendría conmigo si no bajaba la música. Se saltó el paso de cebra y la proposición que me temía su ida, cruzó sin mirar y rozando las pitadas de mis manos sordas, se me escapó con un suspiro de frío, de mucho frío y de noche de invierno, cerrada con candados desde las seis de la tarde.
Ya no quería que se quedase conmigo. Me daba igual la música que retumbaba en las paredes y agrietaba las lágrimas inexistentes que no era capaz de hacer rodar por mis dedos. Corazón coraza y flechas que rebotan contra una lámina de miedo, de yo sin yo. El etéreo cantar del pensamiento inoportuno, la apariencia de una perfección inmunda, de una suciedad efímera que quema por dentro y destroza el castillo del éxtasis.
Se había ido y había dejado la música puesta. Que suene sin parar, los pies que se iban y no volvían, ansias de camino y tierra, de barro en la suela. Al descompás de un error.
Dale volumen, que parece que oigo algo menos este palpitar inorportuno. Cáscara de nuez y barquito de papel, a la deriva.
No me hables, ahora no; no ahora que llega el estribillo.
















enc.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Nunca lo había visto así. Tan bajo, tan caído, tan raído. Tan ausente.
Hacía dos días que me había ido a otra ciudad, buscando otro norte. Mis aspiraciones no colmaban el techo de mi pequeña cabaña, de mis libros de polvo y estanterías carcomidas. Me crujían las vigas como los huesos por las noches. Me chirriaba la cama de distancia, de abandono. Esperaba un movimiento, un asterisco fuera de tiempo, un meteorito cayendo, un cambio en el sentido del giro, del compás de unos pasos que se desvían a otros cruces, que se dejan caer bajo las señales de dirección prohibida.
Le dije que me iba y que no me esperase. Que no iba a volver. Era como el fin de una película mala, de domingo por la tarde, de otoño y lluvia. Parpadeas y ya no estás. Los paréntesis que aclaran la teoría heliocéntrica, del punto gordo en el centro del todo. La inercia en la boca del estómago y ese maldito gancho que te sale por la boca y te tira y te tira y ya no te suelta. Prueba a saltar a un horizonte minúsculo, una inmensidad que te cabe en la mano y que te crece y te arranca el valor y hace más pequeño que lo que ves ahí abajo.
Me odiaba porque no lo quise. Nunca había querido atravesar su ventana con una flecha henchida en fuego fatuo. Yo tan sólo tenía una máscara de Polichinela, y me creí protagonista de una risa amarga y cruda, una mueca mal hecha que se le enquistó en esos ojos tan suyos, en esos ojos ignífugos.
Tranquilo, todo pasará. Arlequín me sonrió tras su perfecto brillo romboidal. Siempre supo hacerme creer las cuestiones más falaces, los más oníricos pensamientos que dejaba caer en un saco de idealismo. Todo es relativo, me dijo. La distancia es perspectiva y yo era su punto de fuga.
Qué ironía. Su punto de fuga y huí, huí por el vértice más alejado a la realidad, me dejé llevar por unos sueños que pasaban por unas palabras y un onanismo impertérrito. De qué están hechos los sueños, me dijo, para que te vayas por uno y dejes un mundo de realidades transparentes pero palpables, si no hedonista al menos recalificado de un valor que no cubre las ataduras que deslindas.
Perdía el tren. Y también él me perdía a mí. Cómo es posible que caigan los naipes, así, sin más. Sin viento y sin gemidos, sin el frenesí del descontrol que provocábamos al rozarnos. Pero torres más altas han caído, y me consuelo y me conduelo. Ilusa ilusión de iluso soñador. Corre la mentira rauda y sin corcel, pero deja tras de sí el cautiverio del tributo, el peso de una pena que cada día aumenta, como aumenta la distancia del engaño a sí mismo. Puedo huir de ti, amor, pero tus miles de ojos verán, me verán hasta en el último renglón de todo poema que quiera escribir para librarme y dejarme de todas las ciudades que deshago como mías por dejarte allí, debajo de los puentes, entre las ramas de los árboles y junto a los amantes que se hacen al amor sobre los colchones de muelles.
Ven que aquí te espero, con una pluma afilada dispuesta a mutilar hasta el último rostro que bailes para mí, maldito.
Maldito cobarde.















enc.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Inicio.
Dos puntos.
Querido nadie.
Una nube, un resbalón de agua
un retrato a carboncillo
un escalofrío que sabe a hielo.
Te llamo
a la luz de unas manos sucias
oscuras de niebla y noche
fumar por fumar
llorar por llorar.
Hoy era importante.
Cumplíamos años.
No de uno en uno.
Pares y cogidos, mano con mano.
Cogimos carrerilla,
curvas y frenazos,
ni una coma
ni un solo punto.
Querido tú.
No sabes ni dónde te quiero.
Dentro y a la izquierda
a la altura de un abrazo.
Bonito, bonito te quiero.
Hoy las flores negras.
Tus libros sembraban hojas secas
lirios cada vez que cantabas.
Querido yo.
Hoy silencios.
Nos otorgan la palabra,
que dejó de ser palabra,
y nació lápida y vocal.
Hoy más ayer igual nunca.
Qué raro.
Amor infinitivo.
Tú personal.
Yo. Yo, ¿qué?
Yo y un entierro.
Un segundo que echaste a volar
a otros cielos
donde amor es pretérito
tú las alturas
yo
el subsuelo
el esqueleto
de dentro a la izquierda.
A la altura de un abrazo.
Firmado.
El primer punto
de nuestro párrafo.
Punto y aparte.















enc.

sábado, 6 de noviembre de 2010

El sentido
que toma una palabra
calla
cuando hablan los silencios
por encima de los ojos cerrados
de los puños abiertos
de los puzzles sin montar.
Las guerras inacabadas
las frases a medio hablar
las fotos de pared y polvo
no acatan las reglas
del bien y el mal
no escuchas cuando alzo la voz
no me ves y no te veo
y te vas y te vas y te vas
y no corro, no corro
la noche me da miedo
por qué
por qué
tienes las manos frías
y yo ardo
no lo merezco
o sí
pero te vas, te vas
y estás lejos y hay humo
humo y distorsión
inercia
no quiero alargar la mano
el tiempo me asusta
y me acusa
y no oigo y no entiendo
no entiendo
por qué
por qué
qué hay en tu cabeza
que ni las fronteras ni los telones
ni el insulto ni el juez
sólo el silencio
hijo de puta
cállate
cállate
y levanta la voz
que ya no la noche
el silencio
el silencio
me arranca la voz.
Silencio.














enc.

martes, 2 de noviembre de 2010

¿Juegas?