domingo, 14 de febrero de 2016

Anoche salimos a bailar. La calle desbordaba gente, en este febrero tan de verano, donde el sol tiene ganas de quedarse y de jugar, qué cosas, a rebotar con los vasos y con las hojas que aún arranca un otoño tardío. Todo el mundo está loco. El sol, la noche, la gente. Y a mí me apetecía la cerveza como si fuera agosto y fuese en sandalias y viviese en vacaciones y qué preocupación de qué me río mañana, y con quién, y a dónde vamos, a subir montañas o a nadarnos los mares. Tengo las sábanas llenas de arena, de resina y de barro, de saliva, de sudor y de polo norte. Vente, que me apetece verte y me sobra la gente. Mañana no madrugamos, mañana desayunamos café y pizza congelada. A las tres de la tarde. Pero ayer aún no ha llegado, y yo sigo chocándome con copas de ron y de ginebra, alguien me saluda y alguien me mira desde la acera de enfrente, y yo solo pienso en todas las pelis que ojalá no hubiera visto y aún pudiera ver por primera vez. Se hace tarde y comienza a morir la noche, las esquinas cada vez más vacías, o más llenas de soledades, de besos borrachos, de frío. Y yo quiero volver a casa. Quiero volver a casa y a tus brazos, que es lo mismo, y hundirme entre las sábanas y las dos toneladas de mantas y que siga siendo de noche dos días más. Quien dice pelis dice tu nombre, una y otra vez, como si cada día fuese la cuenta atrás para encontrar todos tus lunares, para preguntarte por todos tus sueños, para destapar todas tus heridas, para lamer todo tu cuello. Afuera sigue siendo febrero confundido, ya no sabe si llover o extender la primavera, y yo aquí dentro salgo a bailar, a cruzarme calles que me echan de menos, a jugarme los amaneceres. Quien dice pelis dice tu nombre y dice maldita las noches que salí a bailar creyéndome playa entre tanta nieve, y ahora con los pies mojados mi cama solo guarda todos, todos, todos los inviernos que ya solo vuelven en los recuerdos. Y qué frío hace hoy, joder.





























enc.

martes, 26 de enero de 2016

-Estás cayendo.
-No, estoy volando.

Me encanta la idea
de que estés viendo el mismo cielo
al otro lado de la ciudad
y solo se me ocurre pensar
si ese rojo tan rojo
tú también lo ves arder.

Me encanta la idea
de no tener que dar bienvenidas
abrir ventanas
cerrar puertas
decir adiós.

Me encanta la idea
de querer andar de la mano
todas las calles
todos los días
sin tocarnos.

Me encanta la idea
de saber que la lealtad
se mide en silencios
en muchos silencios
y en las palabras justas
siempre
solo
cuando tocan.

Me encanta la idea
de saber elegir.
Si solo supiera hacer una cosa
solo querría
saber elegir.
Elijo hoy aquí y contigo.
Elijo sin ti.

Me encanta la idea
de jugármela todo
a una sola carta.
Y perder.
Besar los abismos,
quemarme,
gritar.

Me encanta la idea
de disparar sin recámara
solo balas
mucha herida para apuntar
poca sangre fría.

Pero

por encima de todo

me encanta la idea
de tirar los dados
y que salga casa
de encontrarlas
de construirlas
cada día
poco a poco
con manos
co(n)razón
con muchos puentes
y poco relojes
que midan tiempos
y que cuenten distancias.

(y cada vez quedan menos pozos
menos oscuridades
y menos salpicaduras)

























enc.






domingo, 22 de noviembre de 2015

Yo he visto el amor romperse delante de mí. Enfrente de mí. Tal vez dentro de mí. Lo he visto explotar, saltar, hacerse pedazos. Mancharlo todo de dolor, que es un color feísimo. He visto la desintegración de los corazones, he visto los cuchillos por el aire, los puños contra la pared. He visto cómo se queman las promesas de papel, cómo arden las alas de las mariposas, cómo se vomitan los restos. Siempre hay restos. He visto los intentos de rebobinar, las caricias en andamios apuntilladas, los cruces en el camino y los esquivos. Las espaldas. Las manos cerradas. Las ganas de correr, y las roturas de talón de Aquiles. Lo ajeno. Lo de cómo se aprende a desquerer. Te desconozco, tan poco a poco. Permiso para desnudarme, para quitarme la ropa. Las fronteras, las murallas, las vallas, las aduanas, los océanos de la cama. Aquí nadie nada, solo se flota. Yo he visto las huidas y las derrotas y la sangre, todo junto o solo a ratos, o solo siempre. Los oídos no tienen párpados, y no se quiere oír lo que se oye; también se ve cuando se escucha bajo la puerta.
Mis ojos no me representan. Porque han visto demasiado. Y yo prefiero vivir ciega, y tal vez sorda. A qué suena la muerte, yo te respondo. La muerte del amor suena a una habitación llena de silencios, de muchos silencios, de silencios todo el día, con mucho ruido de fondo, ruido sin parar. Suena a cabezas bullendo, a cabezas viajando, a cabezas viviendo en otra habitación. La gente ama al amor, y la gente ama el silencio. La gente no sabe que cuando el amor se muere lo que queda es solo eso: silencio, un silencio blanco. Silencio en la voz, silencio en los ojos, silencio en el corazón. Un corazón blanco.
Yo, que he visto la muerte del amor, amo que me griten, que me hagan ruido, que me hagan sonar. Y amo que me manchen, que me coloreen, que me llenen los oídos de pintura roja, y los ojos de azul, de azul marino. Y que me dejen el corazón tan blanco.




























enc.

lunes, 21 de septiembre de 2015

La vida te lleva por caminos raros
o a veces
solo
a caminar en círculos.
A ver el óxido, a reírte
de ti
de tu yo
de tu pasado.
A ver cómo a veces
bailar solo es un verbo
y otras
el verso del poema.
Quizá no tengo derecho
a volver a volver
a echarme tanto de menos
a buscarme por las noches
y olvidarme de madrugada
a besar fantasmas con ansia
con sed de hayalguienmás.
Y eso que entre cervezas suelo jurar
suelo brindar
qué bien estamos y qué poco lo merecemos
qué ganas de tener aviones en la maleta
cuánto desperfecto entre mis dedos
qué guapo estás hoy
pero
¿me perdono?
Y sí, 
así
tan a manchas
tan a desafine
tan a escupitajos
tan avería.
Se me ven
todas las vergüenzas
entre las letras. 
Y yo solo quiero que me mires a la cara
o a la cruz.
Y no
no quiero perdones.

Cómo me gusta esa palabra:
avería.




miércoles, 3 de diciembre de 2014

A veces garabateamos frases inconexas e inconclusas en trozos de papel que arrancamos de a saber dónde y de quién. Y escupimos, medio a escondidas, la astilla que se nos clava en el costado y que nos hace caminar medio torcidos, como buscándonos las cosquillas con muy poca gracia. Y lo que queda son fragmentos o cristales o algo así, que de pronto encuentras cuando no buscabas nada y entonces se te va el corazón a la boca y a la herida y a los ojos. Y joder. Nos creemos libres de sentimientos vomitándolos en una cuartilla mal doblada, que aparece sin más (y con menos) meses después, dándote una hostia y cortándote el aire, diciéndote, "eh, tú, sigues siendo la misma idiota que se cree que por cerrar los ojos y echar las palabras a volar no van a volver" . Como si no volviera diciembre. O como si el tiempo olvidase la nos(osotros)talgia.

Aquí el tiempo no entiende de números, ni de pasos de cebra. No hay señales de ceda el paso, de límite de velocidad o de gire a la izquierda. Aquí se late en verde y en brisa peinando los dientes de león, mientas hay crucigramas de letras en otra lengua resolviéndose en el cielo. Aquí sobra quedarme en tu verano e incluso en tu regazo, en el vacío o en el desborde del cenicero que ha visto demasiadas noches en vela. Aún me gusta abrirme las heridas y arrancarme la costra, a ver si así vuelven los fantasmas a dormir a mi cama y vuelvo a enamorarme del espectro o de tu esqueleto. A ver si así consigo romper los papeles y dejar de pensar que las cicatrices son solo raíles de un tren con parada abandonada.
Aquí soñar se paga caro por aquello de las aduanas y del tráfico de minutos goteando por las madrugadas. No sé por qué recurro siempre a la certeza de una lejanía que me sabe tan a cerca, o por qué no termino de dejarte ir o de buscarte entre los gestos de la gente que me mira como poniéndole título a mi propio drama. Recaliento entre las manos las ganas y las lágrimas de que aparezcas por mi puerta, o que gires la esquina como buscando el letrero de mi calle y te topes de casualidad conmigo. Vengo por ti, o aún no me he ido, en esos ojos que todavía me abrasan la garganta, y que me desnudan tan a bocajarro como la piel ardiendo en un diciembre eterno. No importa que estemos a mediados de abril, que mañana sea fiesta o que maldiga el tiempo que pierdo desgarrando el papel como forma inútil de echarte a volar. Quizá lo único que quiero es la llave de las cadenas o los grilletes para anclarme en otra celda que por lo menos me cambie el paisaje el dieciséis de cada mes.

                                                                                                                     T, abril2014.




























enc.