viernes, 24 de enero de 2014

Es cuando me sube la fiebre en plena guerra. Cuando me desangro por los brazos al compás de los semáforos; poca prisa y muchas luces a 120 kilómetros por hora y yo parada en el asfalto a tres grados bajo cero. Con mucha prisa y pocas luces. Y rebota en las baldosas formando olas en mar abierto, como si hubiese barcos fondeando o saliendo a lamer espuma en ebullición o arena que se seca entre los dedos de los pies. A mí es que me dan vértigo los bordillos de las aceras. También pienso en corcheas cuando veo los pasos de cebra, y la música solo suena en mi cabeza y eso que bailar nunca se me ha dado bien. Lo que pasa es que paso demasiado tiempo en las trincheras, y cada vez que salgo con bandera blanca a parar la batalla me encuentro con tus ojos en las esquinas de las avenidas, y eso sí que es metralla para mi escudo de hojalata.
En realidad es cuando hago de funambulista en los bordes de los parques, procurando no caer al abismo de tierra y acabar con las rodillas llenas de polvo y algún arañazo en horizontal. Y entonces pienso que antes era primero el polvo -en horizontal- y depsués los arañazos y luego el abismo al caer a la tierra. Y joder, me gusta más cuando la gravedad nos marea y nos suelta en la frontera: no saber si hacemos el amor o el amor nos deshace a nosotros, y saltar de un lado a otro sin parar hasta borrarnos la piel y las aduanas y que vengan a detenernos por tráfico de estupefacientes y por secuestrarnos la lengua sin ni siquiera pedir rescate por ellas.
Pero no. Lo cierto es que es cuando la noche se para y el silencio es tan oscuro como fumar a contraluz, mientras espero a los fantasmas que vienen a hacerme compañía, que lo de la soledad tampoco lo he llevado demasiado bien. Guerras hay en todos sitios, me cuentan, en cada portal hay una herida en el pecho y varios casquillos de bala en los buzones. Ya, les contesto, pero a mí el cartero solo me deja sobres con pólvora, por eso de que prefiero imnolarme sola a que me desgarren de madrugada y de imprevisto cuando vuelvo a casa extendiendo las alas. Que al fin y al cabo es mi guerra aunque aún no sepa por quién o contra quién, que al fin y al cabo mandarán a un sicario mientras abro la puerta de la calle a plena luz del sol, mientras saco las cartas del buzón y me limpio los dedos manchados de pólvora en la pernera del pantalón.























enc.

miércoles, 8 de enero de 2014

No sé lo que escribir
porque lo intento
y lo intento
y borro
y muerdo cristales
mientras te perdono
y me odio
me odio
porque
escribo
y todo lo que escribo
solo habla
de que me perdono
y te odio
te odio
porque
si no escribo
ni perdono
ni odio
qué me queda
solo cristales
hechos polvo
que ya no sé
si escupo
o los lloro
o son solo
los marcos
de las fotos
o los trozos
de los ratos
que gastamos
entre perdón
entre odio
y entre te escribo
me escribes
nos d-escribimos
o
nos des-escribimos.






















enc.