sábado, 1 de septiembre de 2012

De las cenizas no se resurge a menos que arda en polvo y se quede pegado a la piel, con ese olor a pólvora que recuerda a viejas batallas y a pronfundas heridas de bala en las costillas. Volver a caminar es afilar de nuevo el cuchillo y cargar una vez más la recámara de ocho balas y una de aire. La que más duele por mucho que digan del acero.
Lo mejor de la emoción de todo eso, de la mano en tensión abrazando una pistola o un lápiz, qué más da, es la locura que antecede a la calma. El fuego corriendo por unos brazos que danzan solos, al son de unos pies que resuenan en la cabeza de la música y su ritmo, del tintineo del reloj o de las jotas alargadas que perfilas en las esquinas de los poemas que echas a volar.
Bailar al son de un corazón que late por pereza, alcohol o casualidad. En realidad qué más da mientras lo haga, si los besos saben igual con amor o con cerveza. Dejarnos llevar por las noches de verano pero patinando en las noches eternas, dejándonos caer en los bancos de los parques donde los corazones se superponen y todo es abstracto y está del revés.
Como nuestras bocas besando humo a dos centímetros de distancia.




















enc.

viernes, 1 de junio de 2012

Ya era de volver. De volver a volver a volver. Después de los vuelos rasos, las alas rotas, algún que otro cristal en la piel y mucho color negro goteando de las pupilas. Ahora que te veo, viejo amigo, desde la distancia de sabernos conocidos y olvidados desde el color de los ojos. Qué quieres que te diga, si apenas me conozco ya. Me sale la saliva color sangre suave. Como desteñida por exceso de luz de luna.
Las noches han sido igual de largas que cuando las amamantaba de letras. Eso no va a cambiar. Una de ellas todo chocó. Los trenes, las bocinas de los coches, las miradas de los ciegos, la piel y el nervio. La realidad y la pared del salón. Y de pronto veía el cielo. Todo roto a mi alrededo; los pedazos de los besos, los vasos de la cocina, el futuro sin abrir, el pasado deshilvanándose. Cómo se destejen los recuerdos. Demasiado rápido.
La realidad es que escribo para comerme el tiempo. Como el que espera algo.
Ellos no saben poner un punto y final. Lo triste es que yo tampoco. Siempre me atraganto con la última palabra, o con el último punto. A tropezones todo es más emocionante. El vértigo de la caída y otra vez el vuelo. Ese vuelo leve de luz. Hasta donde nos vuelvan a quemar las alas.






















enc.

domingo, 11 de marzo de 2012

Se me han olvidado sus manos.
En las elegías no vale llorar por si se emborronan los recuerdos.
Las palabras son sordas. Nadie lo sabe hasta que se vuelve mudo. El dolor de garganta no se traga, ni aún cuando se intenta respirar por dos y te ahogas.
Los alambres, hilados en la carne, son tensores de segundos que se desatan por las noches. Por la noche. Se prenden de los ojos que dejan de dar luz y también de las sonrisas que saben a tiempo, a mucho tiempo. A pasado y a blanco y negro.
Tiritar siempre fue una opción. Fue la opción de recordar el frío y sus ecos de marzo, la voz perdiéndose en un ven cuando quieras. Nunca me fui.

No puedo recordar sus manos. Y eso sí que no.



Para M. Desde mi cielo.














enc.

viernes, 24 de febrero de 2012

¿Cuánto tiempo dura un cigarro? Voy a contar mis segundos entre la ceniza. Dos caladas y media. Las derrotas de la ciudad, el ruido de las explosiones de los gritos, los llantos de risa y quizás hasta las muertes de los semáforos en ámbar. Los crápulas y su idiosincrasia, o los nihilistas que se emboban con las flores. Lo barroco de tu renacimiento, y hasta los románticos empedernidos que nunca han amado.
En el papel, algún borracho que ha escrito revolución con mayúsculas o viva el amor con faltas de ortografía. Las esdrújulas que se dejan caer con las hojas del otoño, a cartón directo para que tosa el corazón. Fumar sin boquilla desde que leí lo del sabor de las bocas y las cervezas graduadas en culo de vaso. El creciente descender por el pulmón que se embala hasta llegar a tus oídos. La importancia irrelevante de una palabra afilada o una dulce melodía de mi garganta.
La nulidad mínima de ser tan grande en este desfiladero abarrotado de vicios y virtudes. Si pudiera crecer entre lo oscuro del verbo condicional, de la duda afianzada en mi constante incertidumbre. Las gotas que patinan en la ventana, como si fuera invierno ahí afuera y aquí el calor se derritiese por las manos frías.
Dale gas a la izquierda para adelantar los días insulsos y faltos de sal; reventar los días del calendario y todos y cada uno de sus minutos de ojos cerrados. Enchufa el humo de las brasas rojas que nace de mi tripa. Ven a calentarte al hielo de este fuego intempestivo de cuarenta grados al sol.
La piedra angular de los cuatro caminos para mi mechero. Si no, no sé contar entre tanto humo, de tanto tabaco sin quemar.













enc.

viernes, 10 de febrero de 2012

Se busca amante de Benedetti. De las noches frías pero despejadas. De los silencios intempestivos. De la autodestrucción controlada.
Se busca poeta de cuchilla y alfiler, con dotes para la guitarra de una cuerda y el contrabajo en las alturas. Bukowski a partes iguales, una buena dosis de Allen y una pizca de jazz. Es indispensable la risa a borbotones y los viajes a dedillo. Los cuentos antes de dormir y subir montañas debe ser un requisito primario, al igual que las letras y las corcheas.
Se busca amante de Salinas y de Cortázar, del cine clásico y de los paisajes. El aroma del café y el tabaco de liar amargo. Sí, los polos de limón son condición sine qua non.
Los desperfectos son canjeables por puntos, al igual que no se acepta ningún tipo de devolución.
No hay razón ni remitente. La entrega se hará a cañonazo limpio y en mitad de la calle más concurrida de la ciudad. A una hora inoportuna y algo molesta. Mucho mejor si se escapa la vida entre los dientes. Se prohibe su anuncio con anterioridad. Romper los esquemas es fundamental. Imprescindible. Necesario. Unaputamierda.














enc.

miércoles, 8 de febrero de 2012

La certeza de que no soy nadie me golpea cuando me acabo la cerveza. O cuando se rompe el hiato. O el diptongo. O me pongo melancólica y blasfemo ante el espejo y me lloro. Me perdono y me odio a partes iguales. Acabada como Norma Desmond nadando en su piscina de Boulevard Sunset, o como Oliveiro recitando a Benedetti sin mañana, y sin mujer sin alas.
La realidad es que no hay verdad aunque la quiera destripar de los negativos o de los palimpsestos. Tengo que buscar en el diccionario el significado del día o de que salga la luna, porque ni de entre las tablillas del somier que cruje al dejarme caer, ni de entre el laberinto de miradas de una calle de invierno puedo sacar algo más que no sea la rótula de un esqueleto cojo.
No hay dolor para el sol. Ya naufragué en los charcos de diciembre, cual centinela de las estrellas y guardián de la palabra. La realidad es la cerveza y el humo, por muy insípidas que nos sepan las venas.
Otra caña, por favor. Y cóbrate de la prórroga o del pitido final. Coge fuego sin pedirlo, que la piedra rechina si no son mis dedos, y quiero oírla cantar, como ya no lo hace el piano o el jazz. Sírvase algo muy frío y beba sin temor, limpio, rápido, y sin besar el vaso. Luego las corcheas nos envuelven y aparecen los fantasmas de entre los vidrios. Yo me río escandalósamente, porque lo que ellos no saben es que he aprendido a ser sombra del cristal; a ser la espuma que queda en el borde y a ser ese círculo húmedo que queda en la tabla de madera cuando todos se van.
Que me canten al oído o que me reciten poesía, que a bailar aún no, pero a cerrar los ojos seguro que les gano.















enc.

lunes, 9 de enero de 2012

¿Dónde estás, hijo de puta?

He vuelto al escritorio de antaño, donde los hilos se hilvanaban solos y la piel se cuarteaba de mentira. He buscado entre los papeles aquel motivo avinagrado y a veces dulce que me hacía volar, pero no hoy; hoy solo polvo y cuartillas deshechas que no son capaces de articular palabra, de alzar la voz por encima de un gemido.
Todos hablan de que han visto las estrellas, pero a ninguno les han comido el cuello. Gritan por la piel en la piel, respiran para adentro, sienten despegar... Estultos. Probad a beber de la noche hasta la gota más ácida y a dejaros caer en cualquier cama deshecha. A escuchar los ruidos del suelo y las sinfonías de los pasos. Los ecos de las horas muertas en que ni es de día ni es de noche. Intentad drogaros y mantener el cable de acero que os ata a la vida entre los dedos. Jugad con el cuchillo que os acaricia tras la oreja.
La eterna búsqueda. Buscar en las dudas razones para creer. Qué triste un ser de palabras, de cursiva y espacios. De vacío y alambre. No más que legados, epitafios; epitafios en los muros de la ciudad que contiene los muertos por cáncer de vida. O algún trastorno peor.
En realidad deberías llorar. O aparecer por aquí. Podrías, incluso, jugar a entender mis rabietas. Descifrar lo que balbuceo. Darte por vencido, que siempre ha sido lo más cuerdo de esta locura.
Puede que no hayas visto las estrellas, o que estés por alguna de ellas, pero, ¿quién ha dicho que haya que verlas? Ni que de pronto alzásemos el vuelo.

Nunca estuviste en el cielo, eres de los que no vuelan.














enc.