viernes, 1 de junio de 2012

Ya era de volver. De volver a volver a volver. Después de los vuelos rasos, las alas rotas, algún que otro cristal en la piel y mucho color negro goteando de las pupilas. Ahora que te veo, viejo amigo, desde la distancia de sabernos conocidos y olvidados desde el color de los ojos. Qué quieres que te diga, si apenas me conozco ya. Me sale la saliva color sangre suave. Como desteñida por exceso de luz de luna.
Las noches han sido igual de largas que cuando las amamantaba de letras. Eso no va a cambiar. Una de ellas todo chocó. Los trenes, las bocinas de los coches, las miradas de los ciegos, la piel y el nervio. La realidad y la pared del salón. Y de pronto veía el cielo. Todo roto a mi alrededo; los pedazos de los besos, los vasos de la cocina, el futuro sin abrir, el pasado deshilvanándose. Cómo se destejen los recuerdos. Demasiado rápido.
La realidad es que escribo para comerme el tiempo. Como el que espera algo.
Ellos no saben poner un punto y final. Lo triste es que yo tampoco. Siempre me atraganto con la última palabra, o con el último punto. A tropezones todo es más emocionante. El vértigo de la caída y otra vez el vuelo. Ese vuelo leve de luz. Hasta donde nos vuelvan a quemar las alas.






















enc.