Me preguntan las heridas de mi labio que a ver cuándo coño voy a dejar de morderme las lágrimas o las legañas y salgo de entre las sábanas, que ya es hora de cambiar las balas de la recámara y coger otro libro de poesía. O de autodestrucción. Que viene a ser lo mismo. Aunque en el primero te ponen flores encima del ataúd. Servicio incluido. Como si eso fuese a hacer más bonita la soledad o quizá hasta parecer un poco menos puta cuando vuelvo a casa rebosando ron, a esa hora en que ni los relojes se acuerdan de cómo se hace el amor.
Y es entonces cuando me revelo y exijo días buenos, pongo en huelga hasta las ganas de querer -y eso de nunca perder la esperanza, vaya mierda- y me planto ante tu puerta, mientras intento encontrar entre mis bolsillos unas llaves que nunca salieron de tu boca. Y de pronto me asalta la certeza de que estoy hasta la polla de que siempre llueva en esta ciudad y yo quiero dejar de empaparme, quizá porque aún no he aprendido a contar naufragios o quizá porque si los cuento no salimos de esta ola contra las rocas. Luego me doy cuenta de que apenas levanto dos palmos del suelo en eso de querer bien, y que hay mucho entendido que habla de poesía entre sus piernas pero apenas saben desnudarle los dolores y arrancarle las espinas. Y así nos va, vomitando heridas por las esquinas al volver de borrachera, y tragándonos los fracasos por miedo a que vean que nosotros tampoco tenemos alas y que eso de volar solo funciona en la cama. Resbalando en una pista de despegue y cerrando bien fuerte los ojos al decir te quiero por si no se abre el paracaídas.
Así que que me perdonen los poetas y todos aquellos que quieren de verdad y de puta madre (por si no es lo mismo). A mí es que bailar con música me parece demasiado aburrido, y no tener un boquete en el costado que cada vez que lata pida letras me causa demasiada confusión. Prefiero tus idas y venidas y la gilipollez de pensar que algún día dejarás de des-aparecer, a la seguridad de unas cadenas y un candado colgado del cuello mientras nos ladramos al oído. Así tengo algo por lo que escribir.
Que aquí todos sabemos que la felicidad apenas ocupa páginas.
enc.
jueves, 26 de junio de 2014
domingo, 8 de junio de 2014
Ya
queda
menos
para
olvidarte.
Aunque a veces haga rehenes entre revoluciones y treguas, y me siente a verme las heridas y a ponerlas guapas. Imagínate si odio las despedidas que empecé a decirte adiós en el momento en que soltaste el primer 'hola' entre dientes y tequilas.
Otras veces me abrazo los recuerdos, sobre todo cuando hay tormenta y en la cama apenas queda espacio para más lluvia. Entonces pienso que en realidad no tienes por qué irte. Que me gustan tus amagos y tu mochila al hombro, las veces que te cuelgas de mis ojos y te pasas los días colándote en mis palabras o en las caras de los espejos. Incluso, a veces, me gusta que te rías y me mandes a la mierda mientras cierras la puerta, dejando al eco acunar todos mis fantasmas y mis miedos. Pero vuelves.
Y yo ya no sé si quiero más vértigos o más recaídas. En realidad no quiero olvidarte, ni que te vayas; tampoco que te quedes, ni seguir recordándote entre la cerveza, los ceniceros, las camisas de cuadros y las pelis de Cronenberg.
En realidad quiero no tener que olvidarte, como si nunca hubieses pasado aquella tarde por mi lado y hubieses levantado todos los putos huracanes del planeta.
Pero lo cierto
es que ya queda menos
para olvidarte.
enc.
queda
menos
para
olvidarte.
Aunque a veces haga rehenes entre revoluciones y treguas, y me siente a verme las heridas y a ponerlas guapas. Imagínate si odio las despedidas que empecé a decirte adiós en el momento en que soltaste el primer 'hola' entre dientes y tequilas.
Otras veces me abrazo los recuerdos, sobre todo cuando hay tormenta y en la cama apenas queda espacio para más lluvia. Entonces pienso que en realidad no tienes por qué irte. Que me gustan tus amagos y tu mochila al hombro, las veces que te cuelgas de mis ojos y te pasas los días colándote en mis palabras o en las caras de los espejos. Incluso, a veces, me gusta que te rías y me mandes a la mierda mientras cierras la puerta, dejando al eco acunar todos mis fantasmas y mis miedos. Pero vuelves.
Y yo ya no sé si quiero más vértigos o más recaídas. En realidad no quiero olvidarte, ni que te vayas; tampoco que te quedes, ni seguir recordándote entre la cerveza, los ceniceros, las camisas de cuadros y las pelis de Cronenberg.
En realidad quiero no tener que olvidarte, como si nunca hubieses pasado aquella tarde por mi lado y hubieses levantado todos los putos huracanes del planeta.
Pero lo cierto
es que ya queda menos
para olvidarte.
enc.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)