jueves, 26 de junio de 2014

Me preguntan las heridas de mi labio que a ver cuándo coño voy a dejar de morderme las lágrimas o las legañas y salgo de entre las sábanas, que ya es hora de cambiar las balas de la recámara y coger otro libro de poesía. O de autodestrucción. Que viene a ser lo mismo. Aunque en el primero te ponen flores encima del ataúd. Servicio incluido. Como si eso fuese a hacer más bonita la soledad o quizá hasta parecer un poco menos puta cuando vuelvo a casa rebosando ron, a esa hora en que ni los relojes se acuerdan de cómo se hace el amor.
Y es entonces cuando me revelo y exijo días buenos, pongo en huelga hasta las ganas de querer -y eso de nunca perder la esperanza, vaya mierda- y me planto ante tu puerta, mientras intento encontrar entre mis bolsillos unas llaves que nunca salieron de tu boca. Y de pronto me asalta la certeza de que estoy hasta la polla de que siempre llueva en esta ciudad y yo quiero dejar de empaparme, quizá porque aún no he aprendido a contar naufragios o quizá porque si los cuento no salimos de esta ola contra las rocas. Luego me doy cuenta de que apenas levanto dos palmos del suelo en eso de querer bien, y que hay mucho entendido que habla de poesía entre sus piernas pero apenas saben desnudarle los dolores y arrancarle las espinas. Y así nos va, vomitando heridas por las esquinas al volver de borrachera, y tragándonos los fracasos por miedo a que vean que nosotros tampoco tenemos alas y que eso de volar solo funciona en la cama. Resbalando en una pista de despegue y cerrando bien fuerte los ojos al decir te quiero por si no se abre el paracaídas.
Así que que me perdonen los poetas y todos aquellos que quieren de verdad y de puta madre (por si no es lo mismo). A mí es que bailar con música me parece demasiado aburrido, y no tener un boquete en el costado que cada vez que lata pida letras me causa demasiada confusión. Prefiero tus idas y venidas y la gilipollez de pensar que algún día dejarás de des-aparecer, a la seguridad de unas cadenas y un candado colgado del cuello mientras nos ladramos al oído. Así tengo algo por lo que escribir.
Que aquí todos sabemos que la felicidad apenas ocupa páginas.























enc.

domingo, 8 de junio de 2014

Ya
queda
menos
para
olvidarte.
Aunque a veces haga rehenes entre revoluciones y treguas, y me siente a verme las heridas y a ponerlas guapas. Imagínate si odio las despedidas que empecé a decirte adiós en el momento en que soltaste el primer 'hola' entre dientes y tequilas.
Otras veces me abrazo los recuerdos, sobre todo cuando hay tormenta y en la cama apenas queda espacio para más lluvia. Entonces pienso que en realidad no tienes por qué irte. Que me gustan tus amagos y tu mochila al hombro, las veces que te cuelgas de mis ojos y te pasas los días colándote en mis palabras o en las caras de los espejos. Incluso, a veces, me gusta que te rías y me mandes a la mierda mientras cierras la puerta, dejando al eco acunar todos mis fantasmas y mis miedos. Pero vuelves.
Y yo ya no sé si quiero más vértigos o más recaídas. En realidad no quiero olvidarte, ni que te vayas; tampoco que te quedes, ni seguir recordándote entre la cerveza, los ceniceros, las camisas de cuadros y las pelis de Cronenberg.
En realidad quiero no tener que olvidarte, como si nunca hubieses pasado aquella tarde por mi lado y hubieses levantado todos los putos huracanes del planeta.
Pero lo cierto
es que ya queda menos
para olvidarte.


























enc.