viernes, 17 de diciembre de 2010

Noches de viernes y cuatro copas y una soledad.
Ningún principio y mucha ingenuidad, un reventón y un pistolazo, el edén de un espejo que cruje a portal de madrugada, a paso descompasado y equilibrio borracho. Arañazos en la piel que no se ven, cual escozor impuro en la madrugada de junio y un sol pálido que juega al escondite.
Y déjala que entre, que ya llega, la maldita musa que inverna a placer y se deja caer por los tejados a dos aguas, que vaga entre letras y se posa para verme caer, allá abajo; entonces realza el vuelo y con un soplo de lluvia gris desliza su manto de lágrimas, que no la vea la noche y no le cante al alba, que el reloj le marca tarde y un minuto, el retraso del doblar la esquina y de la casualidad que nunca fue casualidad.
Alguien siempre es nadie. Vacua la espera que acaba en tragedia al ver un horizonte plano y blanco, inmenso y mínimo a la luz de una rotura, de un breve quejido que suena en algún lugar del piso de madera donde pasamos las noches y las duermevelas. No son las vigas ni es el viento que se acerca a cantar fandangos, ni música que gotea por los gemidos lastimosos y algo errantes, que se alejan por las dunas fangosas de desierto cálido y de frío color apagado.
Y una ventana que abre al cielo en su plenitud, en su brillante azul doliente, en su sangrante deseo de ciclo y avance; pero siempre las mismas nubes, el mismo sol cabrón que deslumbra cuando no debe y enmudece a su placer caprichoso.
Hoy estás y mañana nunca existirá, viernes sin jueves y nunca más, la última copa nunca dejó de ser la primera de un llanto incontrolable; la primera calada que te hace toser y ver neblinas a tus pies.
Acuchíllame un beso que no sabes si luego me desvalijarán las entrañas, pequeño soñador iluso y perdido en las chimeneas de humo, ingenuo caminante que un día cualquiera a una hora cualquiera de un diciembre cualquiera, cruzó sin querer su palabra con una mirada que vagaba.
Y quién no vaga, amigo, y quién no se deja arrastrar y caer y caer y caer.
No se cierran puertas, se entornan perspectivas de un futuro esbozado. Ya no tatuado en el antebrazo izquierdo. Y me callo porque nadie escucha, y si lo hace que se acerque, que venga, que al oído suena mejor; al oído y a la piel, que tiemble y que se estremezca, producto de un escalofrío de verano, una onza de escarcha que llevar en el bolsillo. Que arda que sólo somos fuego que nunca se apaga.
Allá abajo, en el subsuelo, en los bajos del dolor, también hace calor, amor. Pero déjalo entrar que te está acribillándo el salón y las sillas ya vuelan por el balcón, y sin casa no se ama que no hay guarida para las noches de lluvia, manta y silencio. Silencio del que habla sólo y locuaz, el que te calla y te emboza las palabras para que ningún ruido mate la magia de una ciudad en llamas y dos corazones haciéndo el amor.

Siempre pensé que Titanic era una cursilada. Pero a quién le importa ya.
















enc.

3 comentarios:

  1. Creo que ha sido de lo más personal que he leído nunca sobre ti. Me ha gustado aún más de lo habitual, si eso era ya posible.

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  2. Tan personal como ambiguo. Me gustaría sentarme contigo para hablar de soledad, de amor y necesidades. Aunque sea allá abajo, en el subsuelo, donde el calor exhala un par de guiños desde unas miradas complacientes, frágiles y chisposas de vino barato y amarguras latentes, del ayer y del hoy, de lo que somos y de lo que vendrá.

    Ojalá publicases a diario, llenando de calma las inquietudes y desperfectos de la rutina, desmenudzándola a gritos de plumas, a heridas y un poco de aliento. Gracias. Porque yo me quiero el sombrero.

    :)

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  3. Me ha gustado. Es curioso como sin conocerte en persona, te estoy conociendo poco a poco leyéndote. Y la verdad, quiero seguir conociéndote si eso significa seguir leyéndote. Me reitero diciendo que me ha gustado.

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