viernes, 31 de diciembre de 2010

Llorar para no sentir solo un calendario,
el paso de los días,
el lejano golpeteo de unas gotas de lluvia
en una sombra de uralita.
La base del estribillo.
Y el grito de una guitarra.
Para qué callar
si los gestos hablan de más.
Las navajas de luna,
que se clavan en las noches
más agrias
con sabor a ausencia.
A la soledad de tu estela desapareciendo,
perdiéndose en las calles que te tragan,
en los coches que derrapan,
y camuflan tus sonrisas desde la esquina.
Háblame de poesía,
que no sé lo que es,
llevo sin saber como quien bebe sin sed,
sin ansia ni deseo
de unos labios etéreos,
de un vacío existencial.
Nunca la palabra había tomado significado,
sentido,
verdad,
realidad.
-¿Qué palabra?
La que ahora me trabas
porque desde tu halo de sensatez impones que me trabe,
desde tu aura de magnificiencia
que me turba y me idealiza
una realidad gris y lúgubre.
Taciturno el día que muere y con él el párrafo.
La última gota del vino con el que brindamos.
La última nota del vals que bailamos solos y rodeados de todos.
El último beso que sabía a coma, a coma de enumeración y de dos puntos.
De comienzo y de inspiración.

-Pero, ¿de qué palabra hablabas?














enc.

3 comentarios:

  1. Lo del beso que sabía a coma me lo apunto. Muy guapen

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  2. Para ser francos, a veces me cuesta leerte. Llámame lo que quieras, pero a veces me cuesta entender qué quieres decir. Pero te he entendido, o al menos eso creo, y tengo que decir que me encanta.

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