viernes, 19 de noviembre de 2010

Nunca lo había visto así. Tan bajo, tan caído, tan raído. Tan ausente.
Hacía dos días que me había ido a otra ciudad, buscando otro norte. Mis aspiraciones no colmaban el techo de mi pequeña cabaña, de mis libros de polvo y estanterías carcomidas. Me crujían las vigas como los huesos por las noches. Me chirriaba la cama de distancia, de abandono. Esperaba un movimiento, un asterisco fuera de tiempo, un meteorito cayendo, un cambio en el sentido del giro, del compás de unos pasos que se desvían a otros cruces, que se dejan caer bajo las señales de dirección prohibida.
Le dije que me iba y que no me esperase. Que no iba a volver. Era como el fin de una película mala, de domingo por la tarde, de otoño y lluvia. Parpadeas y ya no estás. Los paréntesis que aclaran la teoría heliocéntrica, del punto gordo en el centro del todo. La inercia en la boca del estómago y ese maldito gancho que te sale por la boca y te tira y te tira y ya no te suelta. Prueba a saltar a un horizonte minúsculo, una inmensidad que te cabe en la mano y que te crece y te arranca el valor y hace más pequeño que lo que ves ahí abajo.
Me odiaba porque no lo quise. Nunca había querido atravesar su ventana con una flecha henchida en fuego fatuo. Yo tan sólo tenía una máscara de Polichinela, y me creí protagonista de una risa amarga y cruda, una mueca mal hecha que se le enquistó en esos ojos tan suyos, en esos ojos ignífugos.
Tranquilo, todo pasará. Arlequín me sonrió tras su perfecto brillo romboidal. Siempre supo hacerme creer las cuestiones más falaces, los más oníricos pensamientos que dejaba caer en un saco de idealismo. Todo es relativo, me dijo. La distancia es perspectiva y yo era su punto de fuga.
Qué ironía. Su punto de fuga y huí, huí por el vértice más alejado a la realidad, me dejé llevar por unos sueños que pasaban por unas palabras y un onanismo impertérrito. De qué están hechos los sueños, me dijo, para que te vayas por uno y dejes un mundo de realidades transparentes pero palpables, si no hedonista al menos recalificado de un valor que no cubre las ataduras que deslindas.
Perdía el tren. Y también él me perdía a mí. Cómo es posible que caigan los naipes, así, sin más. Sin viento y sin gemidos, sin el frenesí del descontrol que provocábamos al rozarnos. Pero torres más altas han caído, y me consuelo y me conduelo. Ilusa ilusión de iluso soñador. Corre la mentira rauda y sin corcel, pero deja tras de sí el cautiverio del tributo, el peso de una pena que cada día aumenta, como aumenta la distancia del engaño a sí mismo. Puedo huir de ti, amor, pero tus miles de ojos verán, me verán hasta en el último renglón de todo poema que quiera escribir para librarme y dejarme de todas las ciudades que deshago como mías por dejarte allí, debajo de los puentes, entre las ramas de los árboles y junto a los amantes que se hacen al amor sobre los colchones de muelles.
Ven que aquí te espero, con una pluma afilada dispuesta a mutilar hasta el último rostro que bailes para mí, maldito.
Maldito cobarde.















enc.

4 comentarios:

  1. De buen principio a impresionante final. Me encanta como acaba: "Ven que aquí te espero, con una pluma afilada dispuesta a mutilar hasta el último rostro que bailes para mí, maldito.
    Maldito cobarde."

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  2. Incluyeme entre esos "algunos", porque al paso que voy...

    A ver si dieras la cara un día y hablaramos, por tuenti, por msn o por donde sea.

    Un beso.

    PD: me encanta el texto.

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