martes, 30 de noviembre de 2010

Baja la música, me decía. O no vendría conmigo. Tanto condicional que tumbaba la duda incorpórea, la ingenuidad y la ineptitud. Tanto condicional y tanta cadena. Un saxo. Y un silencio largo, acabado en si bemol.
Errante porque vaga y errante porque no hay acierto en sus tumbos. Errante la palabra que profana, afilada e hiriente, a una diana de humo que se disipa al mínimo contacto de una utopía bucólica. Errante porque tropieza y tropieza y tropieza y se pierde.
Ya no me condicionaba. Ya no vendría conmigo si no bajaba la música. Se saltó el paso de cebra y la proposición que me temía su ida, cruzó sin mirar y rozando las pitadas de mis manos sordas, se me escapó con un suspiro de frío, de mucho frío y de noche de invierno, cerrada con candados desde las seis de la tarde.
Ya no quería que se quedase conmigo. Me daba igual la música que retumbaba en las paredes y agrietaba las lágrimas inexistentes que no era capaz de hacer rodar por mis dedos. Corazón coraza y flechas que rebotan contra una lámina de miedo, de yo sin yo. El etéreo cantar del pensamiento inoportuno, la apariencia de una perfección inmunda, de una suciedad efímera que quema por dentro y destroza el castillo del éxtasis.
Se había ido y había dejado la música puesta. Que suene sin parar, los pies que se iban y no volvían, ansias de camino y tierra, de barro en la suela. Al descompás de un error.
Dale volumen, que parece que oigo algo menos este palpitar inorportuno. Cáscara de nuez y barquito de papel, a la deriva.
No me hables, ahora no; no ahora que llega el estribillo.
















enc.

3 comentarios:

  1. Esto lo dejas en un parque y ya tenemos otro monumento.

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  2. Cáscara de nuez y barquito de papel, a la deriva...

    Tus palabras bailan y chocan en mi cabeza, me pierden, como una melodia, en estragos y cuchilladas de la realidad. Pero yo no soy como tú, no me iré si la dejas puesta, yo eligo quedarme, sube el volumen y haz lo que quieras.

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