No brillan los ojos de los muertos.
Juntemos mi miedo y tu temor.
Un ramo de espinas, bajo las sombras y bajo las cornisas. El canto rodó por la mesa, se astillaban a su paso las llamas, manchaban las paredes de olor a rancio, de necesidad y de ira sin dolor. Ira pasiva.
Tiremos una piedra al cielo, a ver si sale cruz. Que nos miran las caras y se nos estropeaban las flores. Nos sonreían y disimulaban. Todo era pequeño y no podías esconder el mundo en un abrazo.
Bebimos de las manos, callábamos y nunca más escribimos. Las cartas de amor nunca fueron para nosotros. Tampoco lo fueron la ausencia y el desespero. Vivíamos en un interrogante. Yo, en el punto. Tú, en la curva de mis caderas.
Inevitable. La guerra declarada sobre nuestras cabezas, y bombardeos entre flautas, y balas que nos peinaban las pestañas. No cierres los ojos, me miraste. No te escondas, me besaste. No huyas, me dejaste la mano.
Y así fue.
Así pasó la noche de la mañana, así pasó.
Porque, me terminaste por respirar -la última respiración que me amaste-, a los muertos, no le brillan los ojos.
enc.
:)
ResponderEliminarYa echaba de menos esto
¡Hola! :)
ResponderEliminarMe encanta tu relato, tiene ritmo.
Me gusta tu estilo de escribir ^o^
Si quieres pasarte por el mío:
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¡Un saludo!
Guau! me ha encantado!!! me parece muy bueno!
ResponderEliminarsigue así!
me ha encantado tu texto!!!!!!!!!!!!!!!!!!! si quieres pasate por mi blog!!!
ResponderEliminarhttp://diariodeunaespagueti.blogspot.com
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