viernes, 14 de mayo de 2010

He llegado ya hace tiempo a la horquilla de lo oscuro. Lo oscuro con pinceladas blancas, el gris del entretiempo, e incluso de la luz que chocaba con los dedos.
Adelante y a la izquierda. Tenemos un paso al frente, tenemos dos lápices sin punta, comidos, y sobre todo, tenemos que coger el tren.
El día de la estación en hora llovía. Fuerte y retumbaba. Llegamos solos, cada uno solo consigo mismo, adormecido por dentro y tiritando por fuera. Hoy volvemos a desenterrar la maleta, del viejo túmulo de la colina, de la roída idiosincrasia de las llamadas al andén.
Ninguno quisimos un plural, ni una ese al final de la palabra. No teníamos fuego, y prendimos las boquillas con silencio. En el traqueteo dibujamos palomas con el humo blanco, volamos veleros con el ruido de nuestras risas, y dejamos la prisa en la rejilla del portaequipajes.
Había quien tomaba fotos, y los demás brindábamos sin querer. El alcohol nos quemó las venas, nos hizo crecer el habla y la lengua, la pericia y el descuido. Casi nos caemos, y a punto de dejar marchar el tren. Siempre llevábamos una guitarra, una voz y una clave de sol. Colgada del cuello y un collar, un anhelo de recuerdos y una frontera entre países. La morada de lo incierto apenas abría la boca al cielo, respiraba entre suspiros y a veces chasqueaba los dientes. No le teníamos miedo.
La vanidad nos hizo mella y la huella de nuestros pasos cobró alas sin correr, llegábamos demasiado pronto, demasiado pronto y frenamos. En seco y de golpe nos dejó el choque, con los ojos abiertos y la boca difusa, la mirada emborronada y el gesto difuminado.
Nos habíamos salido del papel, y nosotros sin darnos cuenta. Sin querer darnos cuenta.
La piel nos tenía el alma y nos despellejamos las yemas del corazón. Crepitábamos como el fuego hiriente en la maleza y las ramas, trepamos algunos y otros acurrucamos la corteza.
El tren silbó.
No había tiempo para despedidas. El pañuelo cayó en el suelo de la estación. El reloj estaba en hora. Dieron las dos y cuarto.
Otro día será el de callar y esperar. Hoy, no hay tiempo para más.




Yo me limito a esperar que se le acabe la pila al reloj.














enc.

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