jueves, 1 de abril de 2010

Corren las agujas presas de un diablo encendido que calcina su rastro de manecillas enclenques. Quedan carbonizadas sus huellas porque el humo se ahoga con las nubes blancas como las banderas de la paz moribunda.
Desde entonces no cuento historias. No desabotono misterios ni reviento lagrimones en el carbón titilante como sombras de velas que danzan a oscuras entre la desidia y la ausencia.
Prefiero la seguridad de lo invisible, el velo de lo tupido, el color de lo insípido y el regusto de un mordisco. E incluso el dolor de la espera autómata e irremediable. Ahora me gusta más no hablar y callar los ojos, que me cansan las pupilas y el cantar. La vida sucede entre renglones y se detiene en puntos y a parte. Siempre se me emborronan los puntos y seguido porque la velocidad me descompone las ventanillas.
Y me voy a donde me esperen con un espejo de agua en el que las olas se desborden y me encharquen las plumas de los altos vuelos y los bajos de los pantalones remendados.
Las cartas me vomitan los buzones y las picas me comen el alpiste de entre las venas y el miocardio. Me estoy pudriendo de no purgar telarañas negras de tinta. Todo va muy rápido.
Pasan los trenes y no me levanto. La vida desde abajo da más miedo, marea como un cigarro de tiempo. Te consume. O consumes.
Cuando das la mano son sólo huesos y una caja de música, que repliquetea hueco, a vacío. Huele a aburrimiento y a podredumbre. Todo se lo lleva el nervio, el miedo y la locura.
Mi locura sabe a papel y a fuego. Al papel de los sueños caricaturizados a rasgos afilados y a labios de carmín. A fuego que corroe y crepita; que se tiñe de azul cuando sabe a sal; que tirita de vicio y ama por amar.
Los juegos del destino no me apuestan al desempate. Yo fui el guardián de los secretos, el carcelero de los presos ciegos, de las manos agrietadas y de los surcos de las lágrimas. La llave del candado de óxido y arena en las tardes de verano. Pero mírame, que sólo soy un escupitajo entre solapas, un sueño desnudo y pudoroso, una sonrisa pueril que se desvive en llantos, recién nacida entre escombros y sangre cuarteada.
Un día voy a disparar a los tejados de los gatos negros con arma blanca. Ladrón de guante y desvirgado de perfume en las muñecas. Yo cuando quiero me escondo del reloj, porque la cuerda sin campana no rezuma. No resuena. A lamer se ha dicho y a enterrar entre tierras y fronteras que vamos. Es bonito llorar con el sol. Lágrimas de oro líquido y frío glaciar como pepitas de cristal.
Venía contando mi destino aburrido. Mi despido del dolor de cabeza. Perdí la cabeza y quedé el dolor. Porque yo siempre preferí renacer de mis cenizas grises y volver a caer en la misma mierda. La misma mierda que me da la vida y me la quita. Pero cuando me contamino no respiro. Y sin oxígeno no bombea el armatoste de cerillas y palitos de madera pelada. Se me atrofian las voces en los oídos, me chillan en la boca y me respiran el alma.
Que no me he ido.
















enc.

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