jueves, 18 de marzo de 2010

No importa que te vayas. No importa que cierres los ojos, abras los brazos, calles las manos, susurres gritos, levantes el vuelo, agaches la cabeza, parpadees muy rápido, sonrías sin querer, llores a menudo, te hundas, beses las palabras, olvides mi nombre, cantes en silencio, bosteces por la luna, quemes mis cartas, deletrees mis labios, confundas mi perfume, ahogues tu agobio, compres flores. No importa. Apenas importa.

A mí no me importa que te vayas. Toma mi mano e imagina que no está caliente, que no palpita, que no notas correr la sangre cuesta arriba, que no escuchas el tambor que vibra por las paredes de mis venas. ¿Lo sientes? Yo no te quiero. Yo no me quedo vacío a veces, no sufro si pasa el tiempo y tú con él, no me afecta perderme, no me ahogo en aire venido a menos por tu ausencia, no dejo de sonreír porque no te mires en mis ojos. Y casi casi, no dejo de vivir porque tú no vivas conmigo.
A mí me corroe la indiferencia de tu sentimiento. Tú, para mí, no eres nada.

¿Sabes dónde está el pequeño problema? Que hay algo aquí en medio que no piensa lo mismo. No me deja dormir por las noches, se empequeñece a la luz del sol, se llena de agua y llora, tirita de miedo, o se acurruca en un rincón. No le importa que te vayas, pero no puede soportarlo. No le importan los besos, pero no respira sin ellos. A veces, no se desata de tus manos. Y tú te lo llevas sin querer. Y yo me quedo más sólo, más vacío, más hueco y más nada que nunca. Pero a mí no me importa. Porque yo no te quiero.
















enc.

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