jueves, 12 de noviembre de 2009

-¿Hola?
No contestas. Llamo a la puerta, y no abres. Oigo ruidos al fondo del pasillo, en las tripas de tu casa. Cuento hasta cinco, y cierro la puerta del ascensor.
-Hola. Soy yo. He ido a tu casa. No me has abierto. Sólo pasaba cerca, iba de camino a ninguna parte, y aparecí aquí. Siento haber hecho vibrar tu timbre y retumbar tu calma. Yo... lo siento, te estoy molestando.
Cuelgo el teléfono porque me quema. De pronto no sé hablar. Abro una botella de dudas, y trago a trago me bebo hasta las nubes.
-Hola otra vez. Soy yo de nuevo. Lo siento, lo siento. Sólo quería decirte que te echo de menos. Si, ya sé. No hace falta que contestes. Sé que tampoco lo ibas a hacer. Te he mandado una carta. No tienes por qué leerla. Te cuento que el otro día el viento se llevó una de tus camisas que tiendes en el balcón. Y que los geranios de tus ventanas están preciosos. No sé si te diste cuenta, pero el otro día te vi en la frutería. Comprabas ramitas de perejil que luego colocaste en un tarro de conserva de cristal con agua, en el alféizar de tu dormitorio. Bueno. Creo que te estoy hablando de más. Lo siento. Nunca te digo nada, y ahora no paro de hablar. En realidad me siento bien, el teléfono no me mira con tus ojos y no me cohibe. Tampoco sonríe, y así puedo dejar de mirar de cuando en cuando el lunar de tu barbilla. Creo que debo colgar. Voy a bajar al parque a sentarme en un banco a verte salir de tu portal con tus grandes gafas de sol. Te haré un gesto, aunque seguro que no te fijarás.
Estoy largo rato derretido por el sol de otoño en el parque. Me hace cosquillas y tengo que guiñar los ojos. Hace rato que saliste, te vi cerrar con fuerza la puerta y mirar a ambos lados de la calle. Te paraste y encendiste un cigarro, y el carmín de tus labios se arrugó cuando le diste la primera calada. Metiste el mechero en el bolso, y te recolocaste el pañuelo. Por supuesto, llevabas esas enormes gafas de pasta blanca, y creo que no miraste hacia el árbol bajo el que estaba. Decido entonces esperar que regreses, aunque no esperaba estar en otro sitio por el que no fueses a pasar, antes o después.
Es de noche, y el jardín está vacío. En tu ausencia he rellenado una libreta de dibujos y letras. He compuesto una canción con intención de cantártela algún día, y he contado siete estrellas fugaces mientras recordaba tu perfume.
-Hola.- te digo porque te tengo enfrente, cerca.
-Hola.- me contestas, y me miras.
-Te he escrito una carta. Y me gustan las flores de tus ventanas. En realidad me gustas tú. Sé que suena bonito, pero no lo es. Vine ayer a tu casa, pero no me abriste. Te he dejado algún mensaje en el contestador. Aunque soy bastante idiota. No te he dicho mi nombre, ni he puesto remite. Por si querías contestarme, ya sabes. Puedes llamarme como quieras, te contestaré solo con oír tu voz. ¿Cómo te llamas? Sabes, en verdad me da igual. Pero debes tener nombre de flor. Vaya, hablo demasiado. Lo siento.
No paraba de mirarme, y me asusté un poco. Le acaricié la piel de la mejilla, aunque eso era demasiado, pensé. No pareció darse cuenta, pero no apartaba sus ojos de mí.
-Lo siento.- me disculpé.
-¿Por qué?.- las palabras tardaron un rato en viajar de su boca a mis oídos, pues obligué al viento de su voz a ralentizar su velocidad para notar más tiempo el cristal que desprendía.
-Por buscar más de lo que puedo encontrar. No debería haberte acariciado. Lo siento. He pensado todo el día en ti, y eso no está bien. Te hago perder el tiempo, y te molesto. Lo siento.
-Deja de decir lo siento. Eso no está bien.
-Es que de verdad lo siento.
-Lo sé. Te he estado mirando mucho rato a los ojos, y creo que eso tampoco está bien. Te estoy obligando a mantener la mirada. Yo también molesto.
-Me pasaría horas en tu portal solamente mirándote a los ojos.
-Estarías perdiendo el tiempo tontamente.
-Nunca llamaría perder el tiempo a mirarte.
-Lo es si no haces otra cosa cuando puedes besarme, o acariciarme de nuevo, o subirme a casa. O estar conmigo para siempre.
-Lo siento. No puedo hacerlo. Temo no poder salir de tu casa si entro en ella, al igual que temo no poder separarme de tus labios si los rozo. Créeme, me ha costado dejar de tocarte.
-No te he pedido que dejes de hacerlo. Tienes permiso para vivir para siempre en mis ojos.
-Lo siento.
Creo que se cansó de tantas palabras. Me cogió por el cuello y me prohibió bajo pena de muerte separarme de su boca.
-Lo siento.
-Yo te quiero.
-Y yo lo siento.
-¿Por qué no dejas de decir lo siento?
-Porque no hago otra cosa cuando estás tan cerca.
-¿Lo sientes?
-Siento todo lo que se puede sentir cuando alguien como tú recorre con la yema sus dedos cada pliegue de mi corazón.
-Eso es bonito.
-Eso es bonito, pero lo peor, es que es absolutamente verdad. Y absolutamente irreparable. Es demasiado tarde. Lo siento. Debo vivir para siempre contigo al lado.
-No hay nada que quiera más que eso.
-Entonces, hoy mismo trasladaré mis cosas al fondo de tus pupilas.
-No voy a cerrar los ojos nunca.
-Lo sé.














enc.

2 comentarios:

  1. DIOS!!! DIOS!!! Enserio...te has superado a ti misma. Es impresionante...me encanta

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  2. osea encina... como puedes ser tan.. tan.. ama????

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