domingo, 8 de noviembre de 2009

El salitre del mar también oxida la plata de la luna cuando corta las aguas saladas. Y son punzantes las rocas salientes, y te sientes diminuto entre caminos de acantilados que resbalan con si de sueños líquidos mojando los pulmones se tratase.
Te resbala un pie, y se acelera el corazón hasta el tamborileo nervioso, demasiado, ansioso. Se cuela la luz bajo cada piedra, y el aire sopla entre las cornisas como si sonase un saxo en una orquesta de pianos.
Y tú, vas andando y oyes otros pasos detrás, muy cerca, y la sombra de una silueta negra siempre te rebasa, pero alzas la voz, y sabes que vas cantando solo. Pero aun así no cesas de gritar, y desemboca el alarido en lágrimas de soledad.
Y tú lo sabes, que siempre me entra arena en los zapatos, y en el izquierdo agua cuando intentaba huir de la espuma de las olas. En las uñas negras aún tengo arena, al escribir en la playa frases de poetas, y poemas de fibra cardiaca, que se tensa al vibrar la voz.
Y yo que no lo sé, y no lo quiero saber, te tomo de la mano buscando el cierre cálido, y solo me responde las caracolas que no han oído el mar, y la fría piel de las seis de la mañana de noviembre.
No hay mantas para tapar el hueco helado de infierno que es una palabra hiriente como puñal. Tú siempre escribes en las señales de tráfico, frases bonitas y llenas de algo, pero nadie las ve, porque van en sentido contrario.
Las huella de tus botas se clavan en la tierra, y yo, que no he dejado de ser un niño, me entretengo persiguiéndolas y pisando donde tú ya lo hiciste. Luego, caída la noche, jugamos a buscar estrellas fugaces de estela roja.
Mi canción que nace del fracaso, y en ella cuento todos mis problemas. Sabes que las escribo para ti, pero me da miedo acercarme poco a poco, y decirte que escribí pensando en ti.
Te quitas los calcetines, y dices que en invierno el agua siempre está caliente. Tirito y la rozo con mis dedos, y pienso que sólamente pisas conchas y caballitos de mar porque en invierno nadie nada, y tú siempre eres valiente.
No te gusta hablar cuando andas, pero sé que tienes el corazón tan lleno de costras como yo.
Me gustaría tomarte de la mano cuando bajemos las escaleras, y dejarme tirar cuando quede poco de la cuesta del final.
No lo hago. Pero sigo caminando a tu lado, esperando que inclines a la cabeza, y me enseñes la constelación de Orión.













enc.

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