lunes, 5 de octubre de 2009

Me revuelve el pelo y me dice:
-Niña, ¿dónde vas tan tarde?
-A buscar estrellitas al cielo. He leído en un libro que cada lucero es la titilante vida de alguien que en la tierra se apaga.
-¿Y cómo piensas subir a los cielos?
-Caminaré mucho tiempo.
-Llegarás a los lindes de los siete mares, y no hay barcos que zarpen en la noche.
-Entonces me extinguiré poco a poco, y así subiré al firmamento. Me haré cometa errante.
-No puedes hacer eso, niña. Eres muy pequeña para apagarte.
-Quiero subir a las estrellas.
-Pero, ¿para qué?
-Para buscar la luz de mis ojos.
-La luz de tus ojos viaja contigo. ¿Ves?, tienes los ojos más bonitos que yo haya visto jamás.
-La luz de mis ojos no la puedes ver, se murió.
-¿Cómo...? No es posible.
-La luna es la madre de todas las estrellas de la noche, y las acoge en su regazo cuando vuelven de brillar en la tierra. Las estrellas nacen en las personas, y suben al cielo cuando éstas mueren.
-Pero tú no estás muerta.
-A veces dos estrellas se unen, e irradian un mismo destello. Cuando una de las dos se apaga, la otra asciende tras ella. Voy al cielo a buscar mi estrella.
-Hay millones de estrellas, no la podrás hallar.
-Entonces me quedaré allí, vagando entre las noches, cuando se dejan ver. Me quedaré allí, hasta que un resplandor me arrastre junto a la luz de un lucero. Volveré antes de apagarme, y podré decir que muero... por una estrella.














enc.

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