domingo, 11 de octubre de 2009

Mátame, mátame a latigazos de odio que descargues con furia desmedida en mi cuerpo de cera y mi corazón de piedra.
Cógeme en tu mano y manéjame, úsame, entretente conmigo, haz lo que quieras. Utiliza mi vida para tu diversión, llora en mí y tírame luego a la basura. Haré lo que tú me pidas, me ataré a una cuerda y me dejaré tirar. Asumiré un bozal que me impida hablar y sufriré anclada a unas esposas y dos cadenas que entorpezcan mi caminar.
Ódiame. Quema mi bucólica vida de desprestigios y sueños de ladrillo que se desmoronan en la pared. Escupe en mis sonrisas negras y hasta arriba de ceniza, ahoga todas mis lágrimas para que nadie sepa que lloro.
Disfrázame de aire y hazme cometa para dibujar en el viento. Viola mis ojos y fóllatelos hasta un placer orgásmico a las cuatro de la madrugada, y luego, abandónalos desnudos entre contenedores borrachos.
Átame al tronco de un arce y dejáme morirme en flor, y salir capullo sin cáliz y sin vestidos de hojas y lunas llenas.
Desnúdame más allá de lo terrenal, y expón mis miedos en carteles de papel de regalo por todos los tejados de la ciudad.
Hazme dormir en cama de ascuas, y acuéstate a mi lado barnizado en escarcha y hielo; y juega a enfriar el fuego y a calentar el témpano. Sedúceme hasta la locura y rásgame los labios con un único beso. Vete y déjame hacer el amor con tu presencia y míranos desde la esquina, olvídate y vuelve para hacerme ver que no hago el amor, que el amor me hizo a mí.
No aceptes que salte a tus abrazos para abrir de piernas un deseo incandescente, y cierra mi boca con dos dedos que sueltan mis brazos al suelo. Sólo aprueba un onanismo ante tu mirada, no me des más.
Consiénteme el placer de enajenar tu razón por un grito de culminación en mis manos mientras tu indiferencia nace en tu palma, y te fuerza sin querer a masturbar un deseo.
Hazme cautiva de una cárcel del cielo, y sube todos los días a dormir a la luna mientras juego en los tejados con los gatos pardos.
Ponme grilletes y exhibe mis errores en un diccionario de disparates. Recuérdale a todo el mundo mis mentiras y oblígales a mirarme con desprecio y soberbia.
Mátame de vanidad y cólmame de orgullo.
Desbórdame de neutralidad, y pasa por mi lado sin mirarme todos los días. Atraviésame con la mirada y dispárame a bocajarro.
Omite aludir a mi nombre, y otórgame un número de serie. Ponme en fila detrás de los cacharros de cocina, el diván, y los papeles del escritorio.
Hazme fotos con una Polaroid 95, y revela los negativos a la luz del sol para matar los espectros de mis sombras, y que se pierdan en la historia.
Mata al pianista.
Cruzifícame en un alambre. Envuélveme en mimbre, y hazme collares de celdas de uranio.
Haz mi corazón con el plástico de un paquete de tabaco, y colócaselo a un espantapájaros en el lado derecho de pecho.
Escandílame con el fuego fatuo de una bomba incendiaria. Taúame en la sangre un reguero de palabras malsonantes, y señálame en mitad de una plaza abarrotada como alguien que nadie aconseja. Una mala compañía.
Humíllame llevándome a gatas por las aceras, con un lazo al cuello y un candado en el pecho.
Pégame un tiro en el estómago.
Escíbeme una canción.
Hazme un funeral, y cántamela.
Deja que se acabe el disco, y dale la vuelta. Ráyalo.
Mátame.
Mátame.
Pero nunca.
Nunca.
Dejes de existir.















enc.

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