lunes, 3 de agosto de 2009

Recuerdo el frío metal atravesando mi piel.
Recuerdo, momentos antes de que esgrimieras una sonrisa agria, el sabor de la sal en la herida, y del azúcar en la boca.
De pie, me amenazaste con una navaja de plata, algo desafilada y temblorosa, y me forzaste a darte algo que no me pertenecía.
Me pedías el corazón.
Me pedías lealtad a un templo; al templo de tu cuerpo, y fidelidad. Era fiel a mi promesa y a mi dios. Tenía una religión y un credo. Unos valores, unos ideales y una palabra que blandía con honor. El orgullo hendía en mi pecho, y respiraba tesón. Luchaba por la injusticia, y lloraba por el dolor. De mi alma colgaba el penacho bordado de oro; el escudo de una guerra abierta, el pergamino de una tregua eterna. Mi espada, de madera, atravesaba con facilidad y gracia las armaduras rotas de mentiras, y desempolvaba rencillas y disputas que atormentaban a los transeúntes. Mis manos dejaban caer monedas de oro y plata, al paso de sucios pordioseros.
Y aún así, osabas enarbolar una hoja de metal brillante, para robarme el pulmón. Me robabas las sangre que regaba mi cuerpo, el nervio que movía mis pies, el temple que me hacía asimilar la derrota. Me robabas la vida.
-¿Por qué?
-Porque, dijiste, yo no vivo ya. Soy una consecuencia sin causa, una pregunta sin respuesta. Soy un ser vacío, un instrumento de viento, unos ojos negros. Soy lo que nadie ve, lo que todos ignoran; soy la puerta de salida, el vaso vacío, la caja del regalo. Me miro en un espejo, y ni él me devuelve la mirada. Soy un rastro sin huellas, un camino sin fin, una bala sin pistola. El día de la muerte, la última gota del chaparrón. Esa que a nadie importa. Todo el mundo está ya guarecido. ¿No me ves? Claro que no. Nadie lo hace.
-Déjame vivir a mí, pues.
-¿No lo entiendes?
-¿Qué he de entender? Solo entiendo el punzón que desgarra mis tendones, ese que blandes con temor. Solo entiendo que la desgracia te hace ciega; y sorda. No entiendo que tiene mi corazón, que tiene mi alma, que tiene mi vida que te sirva. De tu infortunio no te va a sacar. Busca el causante de tu desdicha, y arráncale a él las vísceras, como amenazas conmigo.
-Sigues sin entender. Nadie me hace ser lo que soy. Soy yo, y este puto sentimiento que me quema por dentro. Que me hace arder, y a la vez, tiritar de frío. Cerrar mis párpados y suplicar que paren los alfileres que me clavan por todas partes. Deseo morir. Pero sé, que más allá de la muerte, seguirá este tormento. Sé que no se va a ir. No va a cesar. Nadie puede ayudarme, nadie lo va a hacer. Dáme tu corazón.
-¿Qué puede hacer mi corazón? El tuyo bombea. Lo oigo y lo siento. Replica con frenesí. El tuyo vive.
-Quiero que me devuelvas lo que un día te entregué. No es mi corazón lo que bombea. Es el dolor agolpado, furioso e histérico, que lucha por expandirse. Quiero mi corazón, el que guardas en tu pecho, el que te hace ser quien eres. El que lucha y vive, el que crece y pelea. No puedo sostener los deshilachados hilos de mi conciencia en pie. Te juré el amor que cabía el mi corazón. Ahí lo tienes. Latente y ardiente. Guardas en tu pecho todo lo que soy.
Bajó el arma lentamente, al tiempo que una lágrima dulce goteaba por su barbilla.
Dio media vuelta, y borracha de sombra y pesar, enterró su cuerpo en la tierra. Decidida a no vivir, cerró los ojos con los que, por última vez, dejó el vestigio del último alambre que la ataba a la existencia. Su último pensamiento, el último eco de su voz, lo escuchó la tierra. De él entonaba, un lastimero perdón. Esperaba que su corazón nunca dejase de rebosar amor, aunque su cuerpo yaciese bajo las estrellas. Y las raices.













enc.

1 comentario:

  1. Regreso triunfal encina...regreso triunfal. Solo espero que sigas subiendo de escalafón. Y que yo pueda seguir deleitandome viendo como lo haces :)

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