miércoles, 12 de agosto de 2009

Primero yo, y después el mundo. Siempre esa máxima que seguir, siempre esa ley de vida. Qué tendremos los humanos, que tendemos a querer y a vivir en sociedad, pero que no somos capaces de cuidar lo que nos da la vida. Qué tendremos las personas, que no sabemos darnos cuenta de nuestras riquezas, y las echamos a perder.
No somos nada, más que lo que los demás han hecho que seamos. Aún así, no miramos, no cuidamos, no queremos, no ayudamos. Siempre el yo delante, sin lugar a un tú que anteponer. Mucha palabra bonita, y mucho sentimiento vacío.
Así, no queda más que encerrar el corazón y el alma, y a fin de cuentas, el cuerpo, el espíritu, en una habitación a oscuras. Y cerrar las ventanas y bajar las persianas y cerrar las puertas y echar el candado a la cama para no poder nunca salir de ahí. Y cerrar los ojos, y no verlo más, y matar al corazón, para que deje de sufrir. Y cerrar la boca, y callar, y no decir nada, tragar todo, tragar, digerir, asimilar, incorporar. O vomitar y destruir con palabras como balas. Entonces, reinaría soledad.
Y qué más da, si ya lo hace. En el fondo, lo hace. Quién más para confiar a ciegas sin miedo a caer, quién más para caminar sin miedo al abandono, quién más para llorar sin miedo al qué dirán, quién más para compartir destino sin miedo al adiós.
Nadie lo hace, nadie es quien dice ser, en este mundo de frivolidades y mentiras; nadie ama, nadie quiere, nadie siente. Nadie mira, todos observan; nadie confía, todos hablan; nadie olvida, todos perdonan; nadie reprocha, todos condicionan.
En este habitáculo que es mi micromundo, creo encontrar tranquilidad. Pero salgo, paseo, y veo, que hay alrededor, demasiados brazos, y pocas manos. Ya no sé qué hacer, si hermetizar y respirar, o salir y llorar.
No hay nada cierto, nada que persevere, nada bello y real.
Son realidades, sí, absolutamente reales, que se revelan de golpe y me hacen caer. Ya no sé si quiero seguir luchando, o si sólo quiero dejarme llevar. Ya no sé si levantar o tropezar y arrastrar.
Solo sé, certeza absoluta y cruel, que primero voy yo, y después, el mundo.













enc.

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