viernes, 10 de julio de 2009

Ponferrada, 26 de Junio de 2009

Me mira el roble centenario. Me mira.
Contonea su cintura de astillas, y salpica de verdes hojitas mi regazo.
Su rugoso tacto acaricia mi piel, y me muestra el paso de los años.
Me mata su flor naciente, cuando se alza al encuentro del rayo de sol que deja escapar el cúmulo de nubes.
Cierro los ojos, y veo. Recorro con la yema de mis dedos las arrugas que pueblan la palma de mi mano. Una, dos, tres. Recorro la corteza del roble, y paro de contar. Diez, doce, quinientas.
Rasco el musgo de su cuerpo, y tinto de verde mis uñas. Respiro su savia, y también me crecen flores.
Raíces en el césped, ante los tejados grises, y el horizonte montañoso. Un niño juega.
Levanto mis pies, y destello mi mirada en un breve instante, que cuenta hasta luegos.
Se pierde mi andar por el caminito de tierra y barrizal.
Atrás queda, sin decir nada, un viejo roble centenario.












enc.

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