viernes, 20 de febrero de 2009

Tieso y orgulloso, cual joven e inocente, levanta su clara mirada. Mete con mesura y cierto deje de nerviosismo, como quien juega con lo prohibido, su mano vacilante, pero a la vez firme y segura, de quien ya no tiene más que perder. Saca de su bolsillo un paquete de tabaco, algo arrugado y sucio, y coloca lentamente y con tintes de chulería un cigarro en sus labios. Ladea la cabeza, y exhala el humo a la cara del viento, que le reprocha su acción, mas él aguanta, aun cuando el humo le quema la garganta y los pulmones.
En la otra mano, sostiene una medio vacía botella ya, pero haciendo acopio de fuerzas y orgullo, besa con mal disimulado asco su boca.
Una guitarra de acordes afónicos timbrea próximo a su desazón. Alza la cabeza y la voz, y canta, canta, canta. Maestro de canto, de vida y de experiencias. Compañero de desidias, de tristezas y resignaciones.
Sentado en un banco del parque... acompaña su destino calada tras calada, con risas irónicas, con alcohol barato, una guitarra a tres cuerdas y con una voz, con un grito, que a pesar de todo, no cesa en su empeño, no hace más que gritar... libertad.












enc.

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