domingo, 12 de septiembre de 2010

Siempre he pensado en el papel como mi piel. Blanca, insípida, vacía. Hueca. Llena de aire, rebosante de suspiros, colmada de anhelos, perforada por un sol que transluce. El enorme mural que colgar de una ventana, un cartel publicitario, una bandera de corazón, el símbolo de una unidad y un uniforme. La pantalla golpeada por misiles de luz, por bombas de gas que revientan colores y salpican de formas, de líneas discontinuas y proyecciones de otros deseos que alguien abandona y se enredan, se enredan en la celosía que atrapa en su red los desperfectos, los defectos de fábrica, los sueños rotos.
Siempre he odiado las máscaras acorazadas, las trincheras bajo tierra, las balas y metrallas a quemarropa. Las armaduras y los antibalas, la desnudez cautiva de un miedo, de un dolor, de una muerte; el yo transformado, hundido, disfrazado, otro rostro, otra palabra, otro nombre. Otra identidad, un número de serie, un código de barras, un peso a rastras y las manos de una mujer que no recuerdan el rostro del hombre, que esos surcos de los árboles no lo reconocen, esos ojos ya no miran a través de su cristal azul, de su bóveda verde, su intransigencia y su perseverancia sumidas a una multitud que desviste las pieles, que colorea las muecas y los guiños.
Siempre he pensado en la piel como la lija que lima los estragos y los aranceles, las fronteras y los caminos que corren por delante de los pies, esperándolos en los recodos sombreados a que asomen a su vista horizontal, para asfaltar de nuevo hasta la línea del sol. Las sombras ligadas, enamoradas, falsamente esposadas a un cuerpo y una materia, una proyección de ilusiones, un reflejo de espejos que devoran los contornos de los cuerpos.
Las sombras que no abandonan los dedos ni aún cuando éstos acuchillan con frío la piel muerta, las escamas de soledad, y hacen brotar a borbotones pegotes negros de sangre, arroyos que discurren por los pliegues del codo, por las corvas y por el lóbulo de la oreja. Que se disuelven y disgregan, que se bifurcan y unen, en un equilibrio estable, una apoteosis controlada, la catarsis del líquido elemento pigmentado de sal y carmín. Los entresijos de un velero que se deja arrastrar, sucumbir a la tromba de viento y empuje, un capilar a la deriva.
Y el silencio.
El silencio que lo impregna todo, que acecha debajo de todo, de cada palabra que precede y a la cual pone final. Ese silencio amarrado a la cascada, viajero de mochila y espalda, atrapado entre el the y el end.
Ese silencio que presenta las palabras, las letras que marcan la piel roja, supurante y brillante. Ese rastro que deja tras de sí el cuchillo, el eslabón de la cadena que no acaba de encajar, la llave del candado que atasca la cerradura.
Todo el eco de la voz que resbala por los poros.
Todo lo que somos. Piel y sangre. Papel y boli.













enc.

6 comentarios:

  1. "Todo lo que somos. Piel y sangre. Papel y boli."


    Menuda frasaca final para menuda entrada. Aunque parezca imposible mejoras con el paso del tiempo :)

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  2. Sólo he leído esta entrada pero no me hace falta leer más: sencillamente genial.

    Respecto a tu comentario, yo creo que si. Es una opinión extremista pero cada vez más realista, por desgracia. Me alegro que te gusten mis flores, espero que para ti no estén demasiado mustias.

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  3. Desde luego, sin palabras muchacha. Eres un poco enrevesada, te tengo que leer con lupa.

    Me encantas.

    :)

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  4. ¿A la universidad también?

    Más que suerte, ánimo.

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  5. Pues me he tirado a por una locura como Filosofía en la universidad de Murcia.

    ¿Tu qué vas/quieres hacer? (por lo del llamamiento) ¿y dónde?

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  6. Pues ánimo, espero que entres a Bellas Artes. Sino Filología Hispánica es una carrera buena para el futuro.

    Visto que ambos estamos un poco para allá y que estudias en Murcia, algún día coincidiremos y hablaremos de nuestras locuras, ¿no?

    Un beso.

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