sábado, 12 de septiembre de 2009

Lo que nunca quisiste decir. Eso es.
¿Tienes frío? Escupe. Escúpelo. Te estás matando. Tú solo. Poco a poco, lo vas notando crecer, cómo se alimenta de tu sangre, de tu oxígeno. Acabará contigo. Y lo sabes.
Nunca te gustó gritar. Es una lástima. No sabes lo que te pierdes. No hay nada como gritar desde la cima de una montaña. Montaña. Suena grande, poderoso, imponente. Ya sé que no te oye nadie. Pero te oyes a ti mismo. Te oyes, y eres consciente de lo que eres, de tu cuerpo, de tus cuerdas vocales desgarradas, de tu voz forzada. De tus límites. Tu garganta es tu prolongación.
Siempre pensaste que era mejor hablar en voz baja. Para que te oiga quien esté cerca, para compartir tus palabras con el silencio. Susurrar al mar. Siempre te gustó más. Las olas se llevaban el sonido de tu palabra, y te daba menos miedo. Cuando la marea estrellase el sonido que se perdía entre tus dientes, te sentías mejor, sin peso. Libre. Decías que nadie usaría tus letras en tu contra.
Creo que nunca lo entendiste. Y mírate. Te estás muriendo. Chafado por el peso de lo que has callado. De lo que nunca te atreviste a formular. Da miedo. Lo sé. Hablar, escribir, sentir, decir. Da mucho miedo. Pero es una puta droga. Es una puta coraza, que no deja salir nada, que protege todo lo que queremos dentro, pero que no deja salir nada. Nada.
Estás aterrorizado. Nunca has pensado en desnudarte. La vergüenza. Agh. Te das asco.
Leo tus pensamientos. Parecen tus ojos una puta pantalla donde se refleja todo lo que te atraviesa. Eres un cobarde. Un asqueroso cobarde.
Pero tranquilo. No seré tu ejecutor. Tú solo te estás matando, y no puedes pararlo. Me das pena. Oh, si. Mucha pena.
Sabes. Yo también agonicé. Hasta el delirio, hasta no saber donde estaba. Hasta perder toda noción, toda idea, todo. Todo. Solo sentía mi cabeza, conglomerada de avispas que intentaban salir a toda costa. Me vi muerto. Te lo juro. Muerto.
No sé como salí de esa cárcel. Lo pasé tremendamente mal. Fatal. Quería abrir la boca. Desquebrajar todos los músculos que me impedían emitir sonidos. Nada. Reinaba el silencio. Un silencio que olía a féretro.
Pero no sé como lo hice. Te lo juro. Te juro que si supiese cómo, te lo diría. Te lo habría dicho ya, y me habría ahorrado toda esta mierda. No me acuerdo de nada más que del dolor, y de las ganas de vomitar hasta los huesos.
No sé cómo fui capaz de sacar la valentía, la fuerza para ponerme en pie. No lo sé, de verdad. Recuerdo que me costo la poca vida que me quedaba.
Pero de pronto, de pronto, me encontré sentado. Sentado. Creo que no había estado sentado en mucho tiempo. Siempre perdido en una semiinconsciencia. Perdido en una neblina vaporosa.
Pero lo estaba. Y entre las manos, tenía un lapicero a medio comer.
Y escribía. Escribía. Como nunca lo había hecho.
Y entonces. Volví a vivir.
Vivía.















enc.

2 comentarios: