lunes, 1 de junio de 2009

Tengo la boca llena de sal,
que no me deja articular palabra.
El calor me mata,
y los celos del sol me quiebran los huesos.
Si me ves entre rama y rama,
tiéndeme una escalera,
con peldaños de azúcar,
y clavos de madera.
Querría subir a una nube,
y tirarme de cabeza,
cambiar locura y cordura,
y trepar a la luna.
Y desbordar sudores por tu piel,
y lamer el fuego que me congela,
y así,
después,
ser efímero latigazo que doblega mi respiración,
cuando oigo tu desliz pasar entre mis manos.
Dicen,
que ser poeta de versos ricos,
es ser poeta de triste corazón
y yo digo,
prefiero oro en las venas,
que plata en los bolsillos.
También dicen,
que las palabras románticas,
nacen de almas solitarias,
y yo digo,
a lo mejor,
son el canto al pájaro que vuela,
para que traiga de vuelta,
un anhelo desesperado,
y un abrazo esperado.
No sé que más dicen,
escucho aunque no vea,
y leo aunque no escriba.
No me importa
el crítico,
ni el cínico halagador,
que engalona mariposas de cristal
con papel de fumar,
y las planta en cada alforja,
para que luego salga,
una hiedra trepadora.
Aprendí de los granos del reloj de arena
a contar con los dedos,
a matar vocablos,
y a nunca
fiar al diablo.
Traicionó éste mi confianza,
cuando ignoró mi credo,
y surcó el cielo,
con una pincelada roja,
que tintó mi suerte,
y desde entonces,
mi voz
ya sólo espera
la muerte,
en tus versos de poeta.












enc.

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