viernes, 9 de enero de 2009

Humo...

Se dibuja en mi cara una sonrisa, pintada con carmín y rosas, tan solo ver tu estela de estrellas fluorescentes pasar, y tu paso desmedido, cansado, agónico, por mi lado. No es más que tu silueta, una ilusión de delirios y olor a fragancia de desengaño. Cada vez que intento alcanzar el cielo con los dedos se aleja un poquito más… se burla de mi, se ríe de mí. Tú, juguetón, no haces más que imitar su irresistible afán de majestuosidad, grandeza, orgullo y perdición. Es cuando me tumbo en el húmedo suelo cubierto de verde y mullida hierba en las tardes de verano y levanto mi mano, extendiendo tanto mis dedos como mi deseo, y veo que las nubes esquivan huidizas mi caricia, para revolotear y dibujar contornos y sueños en el lienzo azul, y es, entonces, solamente entonces, cuando percibo el olor de tu recuerdo, y te imagino sentado en una de esas blancas nubes, saludando desde lejos, como haces siempre, tan inalcanzable, efímero, tan etéreo e incorpóreo. Tan perdido, tan vagabundo, como lo eres, como lo eres en mí. No puedo más que pensar que eres esa sombra, como la conciencia que me persigue siempre, que está eternamente condenada a viajar a mi lado, a disfrutar, a reír, a llorar, a volar, a vivir conmigo, pero cuan triste y dolorosa realidad, ver que no es más que esa voluta de humo gris, blanco o negro que exhalo al fumar, al fumarte. Y te quemo con una llama azul de disculpa, pero te consumes, con el tabaco barato, amargo y malo, como si fueses solo el aro que dibuja mi boca a bocanadas de humo, y no puedo pensar, que quizás, esa sea la única ocasión que roces mis labios, que te aspire, que te huela, que te tenga dentro. Que no seas más que ilusiones lejanas, perdidas, inexistentes… como el humo… solo humo… humo…






enc.

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