viernes, 24 de febrero de 2012

¿Cuánto tiempo dura un cigarro? Voy a contar mis segundos entre la ceniza. Dos caladas y media. Las derrotas de la ciudad, el ruido de las explosiones de los gritos, los llantos de risa y quizás hasta las muertes de los semáforos en ámbar. Los crápulas y su idiosincrasia, o los nihilistas que se emboban con las flores. Lo barroco de tu renacimiento, y hasta los románticos empedernidos que nunca han amado.
En el papel, algún borracho que ha escrito revolución con mayúsculas o viva el amor con faltas de ortografía. Las esdrújulas que se dejan caer con las hojas del otoño, a cartón directo para que tosa el corazón. Fumar sin boquilla desde que leí lo del sabor de las bocas y las cervezas graduadas en culo de vaso. El creciente descender por el pulmón que se embala hasta llegar a tus oídos. La importancia irrelevante de una palabra afilada o una dulce melodía de mi garganta.
La nulidad mínima de ser tan grande en este desfiladero abarrotado de vicios y virtudes. Si pudiera crecer entre lo oscuro del verbo condicional, de la duda afianzada en mi constante incertidumbre. Las gotas que patinan en la ventana, como si fuera invierno ahí afuera y aquí el calor se derritiese por las manos frías.
Dale gas a la izquierda para adelantar los días insulsos y faltos de sal; reventar los días del calendario y todos y cada uno de sus minutos de ojos cerrados. Enchufa el humo de las brasas rojas que nace de mi tripa. Ven a calentarte al hielo de este fuego intempestivo de cuarenta grados al sol.
La piedra angular de los cuatro caminos para mi mechero. Si no, no sé contar entre tanto humo, de tanto tabaco sin quemar.













enc.

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