martes, 8 de diciembre de 2009

Voy a pensar que no voy a volver. Voy a pensar que no volveré a verte y voy a ver si así entonces logro sacar algo más que palabras vacuas.
Voy a pensar que es un adiós, porque ya no quedan hasta luegos. Y entonces, a lo mejor así entiendo por qué ya no me duele el alejamiento que vive intrínseco en nuestras miradas.
Voy a pensar que las palabras no existieron y que de verdad tu no quisiste decir lo que dijiste y que yo de verdad sentía lo que no quise sentir.
Voy a salir a la calle a esconderme en las alcantarillas y a perseguir tus sombras en las noches que salgas a beberte todos los bares, a fumarte todos los vientos y a follarte todas las farolas. Las apagadas y las que lucen fugazmente.
Voy a dedicarme a escalar por tu ventana y tirarte piedras para derribar tu sueño. Voy a escribirte millones y millones de cartas. Una cada día, pero no voy a dejar tirada ninguna en ningún buzón. Voy a hacer un camino con ellas, que salga de tu casa y acabe en un acantilado, y la última frase será un te quiero, pero vagará a la deriva en un mar bravío, y nunca sabrás que lo escribí con sangre, a menos que saltes y te claves todas las aristas de los riscos.
Voy a coger el último tren. El que parte a las tres y media.
Mientras, voy a estar en tu portal, en el rellano de la escalera, mirando por una mirilla puesta del revés.
Estaré intentando buscar más allá de lo sensible y más cercano al idealismo, todos los deseos en estado vegetativo que no quieren reanudar una carrera nerviosa, porque saben que siempre ganará el desbocado ladrido de un corazón que funciona con gasolina.
Prueba a prender la mecha que asoma por mi boca con tu lengua de fuego, y verás cómo los alaridos de mil y una guerra estallan en diminutas volutas de semilla de flores rojas.
Papá, vamos otra vez. Y jugaremos a destornillar todos los huesos y luego hacer con ellos un puente de alfileres e hilo dorado por el que sólo pase una carroza alada tirada por pequeñas hormigas que no cesen en su empeño de escalar hasta el penacho de cielo que sólo en noches de tormenta asoma entre los rayos.
Cántame la de los enamorados que pasean inmunes por una ciudad entera bañada por pájaros que cantan por las autopistas desiertas y se estremecen al estrábico mirar del dolor joven.
Vamos. Asómate a la ventana cuando me esté yendo y sepas que no voy a volver y entonces llores y me digas que me quieres y yo como cualquier gilipollas más, poco original y borracho de amor y hasta las trancas de ti, no haga otra cosa que besar el suelo por el que caminas.
Hazlo porque sabes que lo haré, porque soy preso de una cárcel de barrotes de alambre y custodio de centenares de centinelas que son tu nombre. Y si me voy, voy a dejar a tu lado todo lo que late y lo que no lo hace por ti, y sé que aunque coja el tren de las tres y media tú te lo vas a quedar todo y no lo vas a soltar a menos que me arrodille y solloze y me trague las lágrimas porque no te gusta verme llorar. Y cuando lo haga y sea menos que nada decidirás que ya no quieres un juguete al que se le acaban las pilas.
Y volverás a decirme todo lo que no quisiste decir y yo volveré a sentir lo que no quise sentir.
Son las tres y veintinueve.
Tienes sesenta segundos para introducir una nueva moneda, y yo tengo toda una eternidad para seguir viviendo mientras juegas conmigo.













enc.

2 comentarios:

  1. Porque soy preso de una cárcel de barrotes de alambre y custodio de centenares de centinelas que son tu nombre.

    :) I like it

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  2. lo clavas encina. enserio, te amo!

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