viernes, 17 de abril de 2009

Tiembla.
Las hojas de los árboles, estremecidas por el aliento de la galerna, tiemblan.
Las lágrimas de la luna, suspendidas en un collar de perlas, tiemblan.
La cresta de la ola, al besar la arena, tiembla.
Yo, arraigada en este tiempo impredecible, tiemblo.
Una palabra tuya, tras ese cristal de indiferencia. Un recuerdo borroso mezclado con quebrantos y añoranzas. Segundos entre calada y calada. Distancia abrumadora entre centímetros de hormigón.
Tiemblo.
Tus ojos, parlanchines y vivaces, ya no dicen nada. No son ciegos, pero son mudos. Una palabra que bastaba, una sonrisa que callaba. Hay vacío en tu vaso, rebosa aflicción y ron el mío.
Tiemblo.
Las arrugas de mis manos. Las cicatrices tras la piel. Ruidos que albergaban toda sinfonía, y todo acorde de guitarra que engendraba felicidad. Una voz que cantaba al cielo, y traspasaba montañas. Ha dejado de resonar en mi cabeza.
Tiemblo.
Una foto en blanco y negro, carcomidas las esquinas. Una cámara de fotos, sin objetivo ya. Café caliente sobre la mesa, una taza hecha pedazos en el suelo. Un hasta luego indefinido, un adiós determinado.
Tiemblo.
Una sonrisa eterna.
Una lágrima brotante.

Tiemblo.












enc.

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